lunes, 20 de diciembre de 2010

UNO DE LOS DIAS MAS IMPORTANTES


     La manera en como vivimos la vida depende de cómo sean las personas. Y así ocurre con los acontecimientos, por muchas normas y reglas que la sociedad nos imponga. 
La celebración del matrimonio puede ser informal, tradicional y original. Puedes tirarte meses preparando una gran boda para que salga todo perfecto y fallar y hacerlo en un par de semanas y que sea un éxito. 
Yo siempre he sido una mujer meticulosa y muy metódica en todo, pero con los años y la vida, cambias.
Pero hay mujeres que no necesitan cambiar, son estupendas como son. 
De las muchas boda a las que he ido, hay una que recuerdo con cariño y en la lo pasé realmente bien, fue la de mi mejor amiga. 
El matrimonio no era prioridad en su vida, pensaba que casarse no era lo primero pero tampoco lo último. Su prioridad en aquel tiempo era quedarse embarazada y a pesar de que le costó, por fin lo consiguió tras someterse a tres tratamientos de fertilidad. Los milagros no existen así que yo lo llamo perseverancia. Y ella como tiene esa madera de luchadora siempre supe que lo conseguiría. 
Y aquel fue su año, su pareja la propuso matrimonio un mes antes de que nos diera la feliz noticia de que estaba embarazada. 
Pero lo tradicional ya no se lleva, ni lo antiguo, ni lo azul. Se lleva lo que te haga feliz, lo que te guste y lo que te deje un recuerdo imborrable en tu cabeza y en la de los demás.
Su boda fue una boda en la más estricta intimidad, y cuando digo intimidad digo que fuimos solo trece invitados. Se casó al mes y medio de dar a luz a su bebe. Hizo unas originales invitaciones escritas a mano con una letra digna de las mejores impresiones y busco un recuerdo poco visto y que le dio al dependiente de la tienda dónde lo compró la idea para aconsejar a futuros clientes.
Nos regalo una preciosa vela con forma de flor para cuando la encendiéramos tuviéramos la luz que tuvo ella aquel día.
Pero lo más anecdótico para mi fue la manera en como se compró lo más importante para una novia, "el vestido y los zapatos".
Aprovechó uno de esos días en los que tenía revisión, ya que se encontraba en su octavo mes de gestación. Y acudía casi semanalmente al médico. Y paseando por esas maravillosas calles de tiendas vio en un escaparate esos vestidos que a todas en algún momento no apetecería ponernos. Vestidos largos, de fiesta, con escote, con tirantes, con volantes , pero en ningún momento vio vestidos de novia porque no era una tienda de eso. 
Y allí estaba el suyo. Un precioso vestido de color champán, largo con corte imperio y tirantes retorcidos, y en el que pudo meterse y ver como le quedaba. Pero yo digo que las dependientas debido al trasiego de personas que tienen, nunca deberían de sorprenderse por nada. Le quedaba como un guante y la mujer la animó porque realmente estaba muy guapa. Además la dijo que era un tono discreto que no competiría con el de la novia. Pero claro mi amiga tuvo que aclarar que la novia era ella, y que era un vestido que tendría que valer le pasado tres meses que es cuando se iba a casar. La dependienta quedo muda. Una mujer de casi ocho meses y medio con una barriga inmensa, se probaba el vestido que llevaría en su propia boda en que la tripa por supuesto habría desaparecido. 
Nunca había oído nada parecido en todos sus años de cara al público. 
Realmente era todo un riesgo, pero allí estaba ella como en casi todo atreviendose a ello. 
Y ahí no acaba la anécdota. le quedaba otra cosa importante, "los zapatos".
"Claro por supuesto" le contestó la mujer, y le ofreció asomarse por la tienda que había en frente que era de los mismos dueños y que era una zapatería. 
Pero se levantó el vestido y vio que era demasiado tarde, a partir de las diez y media de la mañana sus pies ya no le permitían calzarse nada que fueran las chanclas que llevaba en ese momento. Tendría que dejarlo para la semana siguiente. Pagó y dejo a un dependienta estupefacta de asombro. 
En la semana siguiente volvió se probó casi en extremis los zapatos y se los llevo. 
Hay que decir que el día de la boda estaba radiante. A pesar de que no había horquillas de moño en la peluquería y casi se queda sin peinado, y de que se olvidaron en la pastelería de hacer la tarta, el día la acompañó en todo momento. 
Lejos de perder los papeles estaba relajada. Fueron corriendo las peluqueras a comprar horquillas y la hicieron un estupendo moño italiano que realzaba su distinguido cuello y su perfilado rostro.
Recogió ella misma las flores ante una asustada florista que pensaba que se echaba la hora de cerrar y nadie venía a por otro importante complemento.
Y en la hora de la comida cuando se avecinaba el momento del postre, un astuto encargado llamó a la pastelería para ver que ocurría con la tarta y sustituyeron el pastel nupcial de dos pisos elegido por dos tartas comunes riquisimas.
Pero todos coincidimos que fue una boda mágica. Un "si quiero" dado con sonrisas y complicidad, unas fotos dignas de las mejores portadas de revista y una comida amena, tranquila y entrañable cuando una novia insultante de felicidad y belleza le daba el biberón a su bebe antes de seguir comiendo. 
Sus invitados fuimos sus amigos, lo que ella nos llamaba su segunda familia y se nos pasó el tiempo tan rápido que cuando nos dimos cuenta teníamos que despedir un día de novela.
Salió todo sin programar, sobre la marcha. 
Y hubo un momento en el que la pregunté si ni siquiera había tenido los nervios de una novia por todos los contratiempos, y como si nada me contesto que "no". Que tenía todo para que saliera perfecto. Tenía lo primero su hijo, lo segundo el hombre de su vida y lo tercero sus invitados, todo lo demás eran complementos de decoración.
Y es verdad, aunque hubiéremos comido una bolsa de patatillas y hubiese ido con la melena al viento (sin las dichosas horquillas) habría sido igual de feliz. 

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