jueves, 16 de diciembre de 2010

NO HAY MAL QUE POR BIEN NO VENGA






     Hace unos días me encontré con una conocida. No es amiga íntima, pero tampoco pertenece al grupo de "hola y adiós".
A su cincuenta y cuatro años iba a ser abuela por primera vez y me contó entre ilusión y alegría que se había separado. 
Aunque ella la transición de los 40 ya le paso, me puse a pensar en lo terrible de llegar a su edad y tenerse que separarse después de treinta y cuatro años de matrimonio.
Pero me dijo que el amor se acabó y que los proyectos de futuro iban por caminos separados. 
Pero seguí observando y lo que vi en ella fue la liberación y la paz. 
"¿En que momento cambia tu matrimonio después de tanto tiempo?, ¿en dónde nos equivocamos llegados a ese punto?".
Porque me resisto a creer que tantos años de convivencia se borran de un plumazo. Queramos o no las rarezas y las virtudes del otro permanecen mucho tiempo al lado nuestro en el día a día. Y seguro que en la soledad nos acordamos de todo aquello que no nos gustaba de el y que en ese momento daríamos lo que fuese por tener. 
Toda la vida sacrificada para hacer una pequeña fortuna y tener una vejez llena de comodidades que ahora disfruta cada uno a su manera. El decidió buscarse una compañía más joven y continuar como el primer día en el trabajo, para ella había llegado la hora de viajar, descansar y con o sin compañía así lo ha hecho. 
Y con los ojos vidriosos me cogió la mano y me dijo que incluso se había puesto a estudiar, también estaba haciendo un curso de informática y que ahora sabía de ordenadores lo que no estaba escrito. Siempre quiso bailar y se apuntó a clases, y el resto del tiempo lo repartía entre Galicia y Mallorca. 
Tenía tanta tranquilidad y tanta paz que por nada del mundo volvería a lo anterior. No quería saber nada de la vida que tenia antes, de la vida que pensaba que era la felicidad. 
"¿Es tan fina y trasparente la línea que separa el amor del desprecio?" Para ella todos los años desaparecieron cuando supo que había otra. El simple hecho de tocarle un brazo para hablarle ya le daba calambre. La misma mañana aún trataba de convencerlo para hacer un viajecito juntos y esa misma noche cuando se descubrió todo había saltado la línea. 
Hay mujeres que nunca dan el paso de separarse a esa edad. Unas porque no saben que hacer sin la otra persona aunque les haya engañado y otras porque no podrían sobrevivir entre pagos y facturas. Pero el menor inconveniente de mi amiga en este caso era el dinero. No necesitaron pleitear por lo mucho que había. Todo a medias y aún algo de más para ella como premio por haberse quedado en situación de desamparo en cuanto a los sentimientos se refiere. 
Se permitió el lujo de poner cláusulas como en las películas y aunque realmente no valían para aumentar su patrimonio, sirvieron para enterrar el sentimiento de despecho que le dejaron las circunstancias. 
Pero como mujer se sintió agradecida de que a pesar de haberse quedado sola no necesitaba salir a buscar trabajo para vivir. Su situación quedó algo más que acomodada. 
A pesar de todo lo paso terriblemente mal, saboreó el engaño y sus sentimientos rodaron por el suelo. Para su marido era ya vieja, se olvido la noche que le engaño, de todo lo que le quiso y de todo lo que lucharon juntos. 
Pero para ella llegó la liberación porque tal vez hacia mucho tiempo que ya no sintonizaban sus corazones. 
Hubo una época en que a lo mejor llevaban el mismo ritmo al latir, pero hacia tanto tiempo de aquello que me dijo que ya ni se acordaba. 
Según ella "no hay mal que por bien no venga", y ahora a sus cincuenta y cuatro años se sentía como una chiquilla de 40. Volviendo a empezar.
Me alegro enormemente que se sintiera como una joven de 40.

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