martes, 4 de octubre de 2011

¿DONDE FUE A PARAR EL GLAMOUR?




            El glamour se nos escapa de las manos.
Este fin de semana lo he comprobado y realmente me entristece porque vamos al declive. Tenemos una idea equivocada de lo que es glamour. Para algunos suena a superficial, para otros a pijada, otros no tienen una idea clara de que contestar ante esa palabra extranjera y para mi el glamour está en todos los sitios.
Este fin de semana hice una escapadita a Madrid. Esa maravillosa ciudad dónde puedes hacer de todo a cualquier hora. Desde ver un espectaculo hasta cenar en un restaurante a las tres de la madrugada.
Así sin más ni lo pensé me fuí un viernes por la tarde y regresé el domingo por la mañana. Hice como los ricos, "¿oye comemos juntas? de acuerdo cojo un avión y voy para allí".
Y ahora vamos a lo que ibamos. A mi los aeropuertos simpre me han parecido un lugar con muchísimo glamour. La gente se arregla para viajar, ellas arrastran unas magnificas maletas subidas en sus tacones y se ponen sus mejores ropas y joyas para hacer un viajecito y ellos se enfundan en su traje junto a su mejor corbata que les da ese aire tan hermético e interesante.
Hay que reconocer que andar por el aeropuerto te da la oportunidad de conocer todo tipo de gente. Desde el que no tiene hasta el que tiene mucho.
Por los aeropuertos circulan famosos, no tan famosos, empresarios, y un sin fin de personas que si tienes la suerte de conocer te cambian la vida. Esto por supuesto llevado a todos los sexos, igual para hombres que para mujeres. Pero sin desviarnos del tema hemos de reconocer que la mujer siempre en lo referente a la imagen juega con ventaja. Y el glamour está más pegado al sexo femenino que al masculino.
Pero este fin de semana he sufrido un terrible shock. Y lejos de asustarme por nada realmente lo visto se podía enmarcar en "pasajes para no dormir".
Antes de subir al avión siempre me pregunto quien me tocará al lado. Porque pido una y mil veces que las filas sean individuales, pero nada siguen haciendo los aviones con filas de tres asientos y de dos.
Y cuando este viernes subí ya tuve que aclarar que el asiento ocupado era el mio. Allí tenía a un bebe de dos años y medio con sus posaderas recubiertas de un pañal bien infladito jugando en mi asiento. Bueno la verdad que fue rapido la mama en quitarlo.
Saqué mi revista InStyle que me compré en el aeropuerto y me pusé a mirar con detalle todos lo que se va a llevar esta temporada de invierno. Por fin despegamos y me ví llegando rapidito a mi querida ciudad.  A lo lejos del pasillo empezaron circulando con el carrito esas guapas azafatas que todas la compañias tienen. Pelo liso y claro, con la manicura hecha. Con un maquillaje impecable de esos que duran 24horas y con el uniforme que a pesar de ser uniforme es muy bonito.
Pero como todo en la vida tiene su momento de sorpresa, a mi me llegó en el mismo instante en que me giré para mirar por la ventanilla y veo que la mujer que sostiene al bebe, ya no tan bebe, saca un inmenso pecho y con un pezón del tamaño del camafeo que llevaba colgado yo, lo deja caer de tal manera que si me descuido me da con el en el codo.
Abrí los ojos como platos y no podía apartar la vista de aquello. Busqué y rebusqué en busca del trapito para que se tapara. Pensaba que tal vez se le había caido y por eso dejaba aquella ubre a la vista. Pero que va no era así, la teta estaba puesta allí aposta.
La niña casi la veía medio axfisiada entre tanta carne. Chupó dos minutos y se enderezo la camiseta de nuevo. Yo dije menos mal todavía no pasaron por aquí las del carrito. Al principio no creía lo que veía pero luego había que admitir que era real.
Dar de mamar esta muy bien, incluso a parte de ser natural  y bello es algo que se ve sano. Pero siempre dentro de la discrección y no con un niño que casi puede estar a punto de hacer la comunión.
Bueno volví a concentrarme en la revista cuando veo que el carrito está próximo a nosotros y oigo decir a la niña que tenía sed. Y como un resorte volvió la madre a sacarse la inmensa teta y a enchufarsela a la niña.
Así estuvimos todo lo que duró el viaje. Se sacó la inmensa ubre cada vez que la niña tenía sed, o se quejaba de sueño, o se inquietaba. Teta fuera, teta dentro.
Las chicas del carrito pusieron la misma cara que yo, porque cada vez que pasaban a nuestro lado estaba ella con la teta fuera.
Durante los últimos veinte minutos intenté concentrar mi atención en otras cosas, mirar al resto de los pasajeros que tenía cerca. Y volví de nuevo a espantarme. No me habia dado cuenta de la pinta que tenía el hombre de al lado. Y ya se que parezco una críticona pero realmente la visión era espeluznante. Enfundando en un traje chaqueta barato, con el cuello de la camisa abierta, sin corbata y con zapatos de vestir sin calcetines se entretenía el buen hombre en leer la prensa mientras giraba y giraba el dedo dentro de su nariz.
Quise pensar que se rascaba aunque no era el mejor momento ni el lugar. Pero no, no se rascaba y yo támpoco dejaba de mirar.
Sabía cual iba a ser el desenlace y allí estaba esperando ver la realidad. Y así ocurrió se saco el moco y lo pegó debajo del asiento.
Ya se que el capítulo de hoy carece de glamour. Y puede parecer hasta fuera de lugar pero, ¿dónde han ido a parar los buenos modales? Ya no hablamos de glamour, esa palabra que tanto molesta a unos y tanto gusta a otros. Hablamos de modales y casi casi de acciones que se pueden colocar en el apartado íntimo. Porque todos sabemos que podemos sonarnos y que las mujeres tienen tetas. Pero el espectaculo gratuito para mayores de dieciocho que presencié en el avión me dejo algo mareada.
Ahora entiendo lo de primera clase.
Pensaba que podria haber debajo de mi asiento. Ya no sabía si ponerme el bolso encima, dejarlo en el suelo, o colgarlo en el reposabrazos del asiento, el cual tenía medio ocupado por una inmensa teta.
Cuando por fin oí las señales de abrocharse de nuevo los cinturones respiré aliviada. Quería salir corriendo de aquel tunel de los horrores sin tropezar con una gigantesca teta y quedarme pegada  un inmeso moco.
Después de aquello sigo prefiriendo aquello que tenga que ver con el glamour, a mi tanta naturalidad ya me llega a abrumar.
Quiero la visión de esos aeropuertos llenos de gente bien vestida, esas relucientes maletas en las que imagino la cantidad de modelitos que llevan algunas para dos días.
Pasearte con esos tacones que te destrozan los pies por ese suelo brillante que refleja tu impecable aspecto y te devuelve en forma de eco el ruido de tus pisadas con esos estiletes de aguja. El aroma de perfume y carmin de labios que sale de las tiendas.
La próxima vez me pensaré si viajar en un ferry hasta Valencia y coger un autobus lleno de maletas y gallinas en sus compartimentos o hacerlo en avión.
Cuando bajé del avión, sentí que estaba en casa.