domingo, 15 de mayo de 2016

TE QUIERO, PERO.... ME QUIERO MÁS A MI.

Eso lo decía Samantha Jones cuando se separaba de Smith Jerrod en la serie Sex and the City






Esta semana viendo capitulos de Sexo en New York, (que ya no sé cuantas veces los he visto) creo que 5 ó 6 veces cada uno, o tal vez más, tome nota de lo que Samantha Jones decía. Creo que de los cuatro personajes ella ha sido la más educativa. Ella si que sabe.

Y algo que yo aprendí ahora y no fue solo por mi amiga Samantha, es algo que mi Mr Big particular me recuerda a menudo. El amor hacia los demás empieza por uno mismo. 
Porque lo primero que hacemos con alguien es cuidarlo y ocuparnos de él, agradarle y facilitarle las cosas y poco a poco nos vamos convirtiendo en exclavos chinos de manera incosciente. ¿Eso es el amor? ¿O el primer error de muchos en las relaciones?

Pasamos a convertirnos en el genio de Aladino. Nos pasamos el tiempo compartiendo problemas de los otros, penurias y alegrías y ofreciendo nuestra vida a su servicio. Todo nuestro amor se lo damos a otros restandolo de nosotros mismos cosa que se nos volverá en nuestra contra. 
Mr. Big me regaña cada dos por tres. Siempre me repite "quiereme, pero quierete tú más" 
Así que la primera lección empieza con las siguientes cuatro palabras YO, MI, ME, CONMIGO

La perfección no existe, así pues el comienzo es aceptar como somos. Yo ese punto lo tengo claro, siempre me he gustado y mucho (nada que ver con nada físico). Eso es algo que si es así lo trasmites. Mr Big lo llama seguridad, a él eso lo enamoró. 
Pero cuidado no nos pasemos con querernos en exceso ya que nos ahogaremos en nosotros mismos. 


“Había una vez un rey al que le gustaba saberse poderoso, y deseaba que a su alrededor todos lo admiraran por su poderío.
Llamó un día a un sabio de la corte para preguntarle si habia alguien más poderoso que él en el planeta, y el sabio le dijo que se habia enterado de que vivía en el poblado un mago cuyo poder nadie más que él poseía: sabía el futuro.
El rey hirvió de celos y empezó a preguntar sobre este mago. Un día, cansado de que le contaran lo poderoso y querido que era el mago, el rey urdió un plan: invitaría al mago a una cena y, delante de los cortesanos, le preguntaría en qué fecha moriría el mago que había llegado al reino. En el momento que respondiera, lo mataría con su propia espada para demostrar que el mago se había equivocado en su predicción, se acabarían, en una sola noche, el mago y el mito de sus poderes…
El día del festejo llegó y, después de la gran cena, el rey hizo la pregunta:
– ¿Es cierto que puedes leer el futuro?
– Un poco   -dijo el mago.
– ¿Cuándo morirá el mago del reino?
El mago sonrió, lo miró a los ojos y contestó:
– Un día antes que el rey.
Al oir aquella respuesta, el rey no solo no se atrevió a matarlo sino que, temeroso de que le pasara algo, lo invitó a quedarse viviendo en el palacio con la excusa de que necesitaba un consejero sobre unas decisiones reales.
Por la mañana, el rey mandó llamar a su invitado. Para justificar su permanencia le hizo una pregunta; y el mago, que era un sabio, le dió una respuesta correcta, creativa y justa.

El rey alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más, y luego otro más. Todos los días el rey se tomaba el tiempo de charlar con el mago para confirmar de que estaba vivo y para hacer alguna pregunta. Sentía que los consejos de su nuevo asesor eran tan acertados que terminó, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en todas sus decisiones.
Pasaron los meses y los años. Y como siempre, estar cerca del que sabe vuelve al que no sabe más sabio… Así, el rey se fue volviendo poco a poco más justo y dejó de necesitar sentirse poderoso. Reinó de un modo bondadoso y el pueblo empezó a quererlo. Ya no consultaba al mago con la idea de consultar su salud, realmente iba para aprender. Y con el tiempo, el rey y el mago llegaron a ser excelentes amigos.
Hasta que un día, a cuatro años de aquella cena, el rey recordó que el mago, a quien consideraba ahora su mejor amigo, había sido su más odiado enemigo. Y recordó el plan urdido para matarlo.
Como no podía ocultar ese secreto sin sentirse hipócrita, se dió valor, golpeó la puerta del mago y, apenas entró, le dijo:
– Tengo algo para contarte, mi querido amigo, algo que me oprime el pecho.
– Dime -dijo el mago- y alivia tu corazón.
– Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería saber tu futuro, planeaba matarte ante cualquier respuesta que me dieras, quería que tu muerte desmitificara tu fama. Te odiaba porque todos te amaban… Estoy tan avergonzado…
El mago le dijo:
– Haz tardado mucho en decírmelo, pero me alegra porque me permite decirte que ya lo sabía. Era tan clara tu intención, que no hacía falta ser adivino para saber lo que ibas a hacer… Pero como justa devolución a tu sinceridad, debo confesarte que yo también te mentí. Inventé esa absurda historia de mi muerte antes que la tuya para darte una lección que hasta hoy estás en condiciones de aprender.
Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros, y hasta de nosotros mismos, que creemos despreciables, amenazantes e inútiles… y, sin embargo, si nos damos tiempo, terminamos viendo lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.
Nuestras vidas están ligadas por la amistad y la vida, no por la muerte.
El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza de esa relación que habían construido juntos.
Cuanta la leyenda que, esa misma noche, misteriosamente, el mago murío mientras dormía, y que al enterarse, el rey cavó con sus propias manos un pozo en el jardín, justo debajo de su ventana, y que allí se quedó llorando al lado del montículo de tierra hasta que, agotado por el llanto y el dolor, volvió a su habitación.
Cuenta la leyenda que esa misma noche, veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey… murió en su lecho mientras dormía.
Quizá por casualidad… Quizá por dolor… Quizá para confirmar la última enseñanza del maestro.”
Este cuento es la expresión de dos cosas: el amor y el egoísmo.

No podemos ir salvando el mundo y morir en el intento nosotros, hemos de aprender a dosificar el amor pero empezando por nosotros mismos. Mi madre siempre me lo repitió. Primero tú, luego tú y después tú. Pero como siempre desobedeciendo.
Lecciones que se aprenden con 46.

Mr Big me dice no esperes nada de nadie y si repartes amor empieza por ti mismo. 

Termina el día con una cena. No os perdais el anuncio de Campofrío