sábado, 26 de noviembre de 2011

BAJO LA LLUVIA DE PORRERES





Bueno tenemos que explicar que es Porreres y que paso bajo su lluvia.
Para ser sincera a veces pienso que las cosas que nos pasan no son casualidad, más bien estamos destinados a ello.
He tenido que renovar el carnet de conducir,  y aunque lo tenía anotado en la agenda, he de confesar que fui posponiendolo por falta de tiempo.
Y así ha pasado que ha llegado el día que si o si tenía que hacer el psicotécnico y renovarlo ya.
Y como nos pillaba la dichosa fiesta de todos los santos por el medio pues he tenido que irme a diez kilómetros de dónde vivo en busca de la prueba de la segunda juventud que me permita seguir haciendo uso de mis maduras facultades.
Y allí que fuimos a parar a Porreres. Un pueblo muy similar al de la película "Bajo el sol de la Toscana". Con sus calles empedradas y su permanente lluvia cuando entra el otoño. Una iglesia excesivamente grande para el lugar y su gente de campo. Sana y tranquila, preparandose para las fiestas de los próximos días.
Mi amiga decidió pasar la tarde conmigo y acompañarme. Tomariamos un café y charlariamos un ratito. Nada del otro mundo.
Pero como siempre nada de lo que ocurre pasa porque si. Nada está preparado todo responde a un misterioso guión de la vida y siempre nos saca una sonrisa y un relato.
Yo me esperaba que se yo hacerme un examaen médido. No con analísis de sangre, pero si algo más completo de lo que fue. Aprovechar y tomarme la tensión, mirarme la vista y porque no ver mis reflejos.
El local estaba ubicado en una antiguo garage de una casa. Con la señal de vado de prohibido aparcar no legal. Si una de esas placas que compra uno en el mercado negro pero que no lleva el correspondiente número del ayuntamiento. Y nada mas entrar todo las personas que allí había superaban los sesenta y cinco años.
Mi amiga me miro con cara de interrogación. Aquello era como el hogar del pensionista en vez de un centro médico para renovar carnets. ¿Pero que clase de carnets iban a renovar ellos? No tuve dudas de que el examen lo sacaría con nota muy alta, viendo los candidatos a las plazas que había allí sentados.
Y sin más pase hacia dentro dónde un hombre encajado en una silla con media barriga sobre la mesa me preguntó por enfermedades, gafas, problemas de salud y demás.
Aun no he llegado a ninguno de esos apartados le contesté, estoy en la segunda juventud.
Si, segunda pero juventud.
Mi amiga ya no hizo amago de pasar, tenía miedo de contagiarse con tanto aroma rural y tanta vejez. Los 40 son una edad demasiado sensible para aceptar otro paso del tiempo que no sea el tuyo.
Sin más respondía alejada de la pantalla a dos letras y eso fue la prueba de la vista y despúes me ví pilotando una pelotita blanca por un circuito rojo sin salirme y aprobando con sobresaliente.
Y a la hora de pagar no llevaba suficiente, salí en busca de mi amiga para que me rescatase. Pero sin más se había ido a la acera de enfrente y estaba tomandose un café. Viendo caer una fina lluvia y trasportandola como protagonista a la Toscana pero sin sol.  Fuera de aquel ambiente de segundas o terceras oportunidades.
Cuando me vio llegar en busca de ella supo que tenía que rescatarme. ¿Dónde habiamos ido a parar?
¿De que corriamos?, si realmente era aquello a lo que más tarde o más temprano nos enfrentariamos.
Ahora mirabamos a nuestro alrededor con la seguridad de que cualquier examen que nos hicieran lo pasariamos sin ningun apuro. Bastaba con ver la clase de alumnos que teniamos alrededor.
Pero algún día nos llegarían las dudas de si aprobariamos o no.
Volví al garage, pague y como tenía que esperar media hora decidí salir y acompañar a mi amiga con su café. Necesitaba un poquito del glamour que a ella le sobra.
Aquel pueblo era una maravilla. Sus calles empedradas, su enorme iglesia. El dueño del bar en el que estabamos sentadas que no cuadraba con el paisaje y nosotras. Un día de lluvia, con tacones por aquellas intrasitables calles, esperando por el aprobado seguro.
Sin duda alguna,era como esa película de la Toscana.
Cuando llegó la hora me volví a enfrentar al cuadro surrealista del momento. Recordé que había traido esas maginificas fotos que me había hecho el día anterior y que habían salido tan bien. No se porque cuando la Guardía Civil te pide el carnet de conducir siempre mira primero la foto y luego a ti. Más tarde el nombre y luego otra vez a ti. Es como si estuviera comprobando que el nombre combina a la perfeccíon con tu cara. Y no iba a pasar la oportunidad de hacerme una mala foto cuando tenía que durarme otros díez años. Así que las que llevaba eran perfectas.
Cuando llegue aún tuve que esperar un poquito pero enseguida que me nombraron para allí que fui disparada. Saque mis fotos y las deposite en la mesa como dos joyas. Con cincuenta podría enseñar sin reparos fotos de 40. Pero llegó la sorpresa de la tarde. Las fotos en papel fotográfico no valían. Tenía que hacerme unas en el momento digitales y allí mismo. Un foco que me dejaría sin ver durante unos segundos se encendió, un madera en blanco detras de mi y una webcam de bolsillo era la que iba a inmortalizar durante los próximos diez años mi segunda juventud. Mi amiga que se había acomplado sentada al lado de una mujer con artritis en los dedos y que se apoyaba en un bastón tiro de todo el armamento del que disponía. Barra de labios, rimel y colorete y con la seguridad que la caracteriza en situaciones cómicas me lo ofreció junto a un espejo para que me arreglase.
Así fue como se abrieron las apuestas en las mentes de los presentes. " ¿Se maquillará o no?"  "Ella es joven y puede". "Cuando yo era joven me arreglaba igual". Fue todo lo que oí mientras le pedía pacientemente al señor que se encontraba detras del ordenador que esperase un rato que tenía que maquillarme.
Y va y me contesta, "señora que es para el carnet de conducir". Y va mi amiga y le contesta " por eso porque es para el carnet de conducir". Y sin más me maquillé bajo la atenta mirada de todos sin excepción. Me situe sobre la "X" del suelo e intenter fijar la mirada en la webcam de supermercado.
Creo que fue un desastre. Ni siquiera pude ver como salí porque durante casi medio minuto estuve ciega por el resplandor, y el hombre de la mesa y el portatil se puso manos a la obra para compensar el retraso por la clase de maquillaje. Mi amiga me apoyó todo lo que pudo, en todo menos en aguantar la risa que la tuvo entretenida todo el tiempo que duro el último proceso.
Salí de allí con la incertidumbre de saber como había quedado. Y después de pasar un mes, aun todavía no se cual será la cara que me acompañara los siguientes diez años.
Seguramente la próxima renovación tenga que preocuparme realmente de leer las dos letras del panel, pero para entonces y ya sabiendolo iré maquillada. Muy maquillada.