domingo, 17 de junio de 2012

COMO UN PAVO EN NAVIDAD

Con esa cara me quedé el otro día, cuando descubrí que trataban de convencerme de que cuando se es madre tiene una que convertirse en una maruja.
Yo siempre he pensando que la maternidad cambia irremediablemente la vida y que es una de las experiencias más enriquecedoras que me ha pasado en la vida. Pero de ahí ha querer formar parte de la lista de marujitas hay un abismo. Mi amiga la que pasea su soltería como estandarte de otra vida desde luego que piensa como yo. Solo nos faltaría eso. Y menos mal.
Así que deseando estaba de reunirme con ella para merendar y contarle como me sentí el otro día al descubrir que no formaba parte de ningún grupo. No puedo pasear mi soltería como ella porque estoy felizmente casada. No pertenezco al grupo de marujas de mi pueblo porque no pienso como ellas, y yo me pregunto ¿a que grupo pertenezco?
Cuando llegue a mi cafetería preferida allí estaba ella sentada con sus tacones, y sus piernas correctamente cruzadas. Leía el Vanity Fair y en seguida me vino a la mente si yo realmente podía conseguir equilibrar varias cosas a la vez, matrimonio feliz, maternidad y glamour.
Cuando puse mis posaderas en la silla di un bufido que más que una persona parecía un caballo.
Llegó Conchi con su impecable sonrisa y pedí lo de siempre.
Y no esperé a que me preguntará disparé la conversación en la que el otro día me vi involucrada.
Todo empezó por un dichoso partido entre padres y madres como broche de cierre a la temporada de baloncesto de los niños. Ni corta ni perezosa una mama del grupo intentó convencerme que cuando se es madre si hay que jugar al baloncesto se hace y no hay más remedio. Según ella eso es ser madre, a mi me dio a entender que era interpretar la infancia de mi hijo en mi propia vida.
Mi amiga se quitó las gafas de ver y me miró arqueando las cejas.
"Si, no me mires así yo a eso lo llamo chantaje emocional".
"¿Que demonios hago yo jugando un partido de baloncesto?"
Y lo peor de todo que la conversación llego hasta el camino de que cuando se es madre ya no se puede salir como antes, no hay tiempo para dedicarles a las amigas, no hay lugar para nada que no sean los hijos, el marido y la casa.
¿Realmente una cabeza puede desvariar tanto por estar casada y ser madre?
Mi hijo es lo primero y atiendo mi vida matrimonial como segunda prioridad y mi casa como tercera. Pero mi vida social con mi amiga o amigas también están en mi lista de prioridades. No creo que pasarme el día hablando de pañales y grados de fiebre en un futuro me haga pensar que soy la mejor madre del mundo.
Tampoco creo que dejar a mi amiga de lado porque ella no tenga hijos y no piense igual sea hacer lo correcto.
Mi amiga decididamente me aconseja que las deje de ver. Que lleve al niño a los partidos y salga corriendo. No puede ser bueno y teme que sea una epidemia de esa que sufren la mayoría de las que se convierten en madre más tarde o más temprano. Me niego hacer reuniones en casa llenas de madres y niños porque sea lo que corresponde. Me niego a hablar de conversaciones que solo giren en torno a niños, mamas, y lo bien que hacemos ese trabajo. Mi hijo disfruta de sus amigos y sus juegos, es feliz y lo pasa bien. Vive sus experiencias con otros niños como yo viví la mías propias, pero en ningún momento he pensado que su felicidad giré en torno a que yo pegue saltos para intentar encestar una pelota en la canasta como broche final a la temporada de invierno. Antes en mi época todo era más sencillo, ahora el tiempo que no se dedica a los hijos lo suplimos haciendo tonterías con el propósito de ganarnos un hueco. 
Aquella mama durante toda la tarde no paró, ella había cambiado en todo porque tenía hijos. Por un momento me pregunté "¿se creerá todo lo que dice?"
Tal vez la rara sea yo, pero en ningún momento pienso cambiar. La maternidad me cambió en otros aspectos. Nada volvió a ser igual porque la persona más importante de mundo era mi hijo. 
Pero.....mi hijo crecerá, tendrá su propia vida, elegirá su camino y mi trabajo como madre habrá llegado a su final relativamente. Le habré enseñado a ser buena persona., respetuoso. Le habré ayudado a tener un porvenir, pero hasta ahí llega la cosa. Una vez vuele, seré una espectadora de su vida con la que siempre podrá contar, pero nada más. Y no creo que el haber jugado un partido de baloncesto entre padres cuando el tenía siete años le llegue a crear un trauma infantil y mucho menos condicione su vida familiar. 
Así que a la mama que me hizo sentir por unos minutos como un pavo en  navidad, la digo que se vaya poniendo las pilas, que los hijos vuelan del nido para tener sus propias experiencias, y sus vidas no nos pertenecen, nada nos pertenece. Y la maternidad es muy fácil de compaginar con la vida social, tan solo hay que organizarse.