Y así como es, recordé que hace unos meses me encontré con una conocida a la que hacia mucho tiempo que no veía y que me dio mucha alegría compartir con ella cafés y conversación.
La conocí cuando ella pasaba por una mala época en la que la relación con su pareja después de cinco años hacia aguas. En aquel entonces trabajamos juntas y recuerdo como tuvo que sortear con valentía los comentarios y los cotilleos que se empezaron a tejer en torno a ella. Su pareja era muy conocido por sus negocios y su posición social y decidió poner fin a cinco años de relación liándose con una guia de hotel.
Hace dos meses cuando me la encontré estaba radiante y feliz. Nos abrazamos en medio de la plaza con añoranza y desayunamos juntas.
Desde entonces habían pasado diez años. Ahora se encontraba a sus 40 años en la mejor etapa de su vida. Poco había cambiado su físico, seguía traspirando esa seguridad que siempre fue su mejor baza, y seguía teniendo ese aura que le iluminaba allí dónde se presentaba. Se había casado y tenía una hija de cinco años. Y entre todas esas buenas cosas llegamos a recordar aquellas malas semanas que pasamos en el tiempo que éramos compañeras.
Pero que curiosa es la vida, cuando lo estaba recordando descubrí en su mirada una mezcla de nostalgia y alegría. Y no pude evitar decirla todo lo que habían cambiado las cosas. Pasamos en un momento de querer morir a estar en el mejor capítulo de nuestra vida. Y como digo siempre llegado a estos puntos ya casi nada me sorprende.
Y sin más me suelta que aquella época no fue realmente tan horrible. Salvo porque ahora estaba casada con el hombre de su vida, aquel año atrás vivió lo que se dice una historia de amor. Llena de pasión y misterio. Al principio no le cogí el hilo de la conversación, pensé que hablaba de otra persona, pero que va, era de ella. Y con toda tranquilidad y suavidad me confesó que antes de que su pareja la fuera infiel a ella, se lo fue ella a el.
Con el paso del tiempo compruebas que para descubrir secretos solo hace falta el lugar y el momento apropiado.
No se porque no me sorprendió. Y sin más me contó una historia de amor que comenzó cuando su relación naufragaba.
Y mientras su pareja se apoyaba en una ficticia depresión y pasaba unos días de vacaciones con su mama, a ella le invitaban a cenar de manera informal en un lugar romántico y le conquistaban con acento de los Balcanes.
El era pintor, y serbio. Atractivo, masculino, misterioso y aunque según ella no era muy alto, estaba dotado de un don para amar y dejarse amar.
Asistí impertérrita a una historia que me puso el pelo de punta.
Por un momento me pregunte "si era un pecado tan grande la infidelidad".
Como tal, la palabra infiel se asocia a las religiones, así pues alguien infiel es alguien que no cree en ninguna religión.
Pero llevado a lo cotidiano, la aceptación más común hace referencia al respeto mutuo entre la pareja. Y como era normal siempre se toleró más ese hecho entre los hombres que en las mujeres. Pero pecado lo que se dice pecado no está reconocido como tal.
Y de la manera que ella lo relato, de pecado nada.
Me contó esa dependencia física y emocional durante todos los meses que duró su doble vida. Pero no podía dejar de preguntarla que tal y como somos las mujeres "¿que fue lo que la impidió tirar por la borda a su pareja oficial y vivir el momento?, al fin y al cabo estaba todo muerto. Hacia meses que no existía relación alguna entre ellos, y era un hombre parco e inútil a la hora de demostrarla sus sentimientos.
Y con toda la sinceridad de la que siempre ha estado dotada me dijo, " si Cristina con el descubrí el amor verdadero, sus besos fueron los mejores que me dieron y pude ver su interior", fueron muchos momentos lo que me susurro un "te quiero en serbio", pero nunca pude ver seguridad a su lado.
Aquello si que me mató realmente. "Seguridad" es una palabra que las mujeres utilizamos a menudo, y que siempre andamos buscando. Pero "¿que seguridad podría necesitar mi amiga en aquel momento?" Tenía todo y con su serbio dormía abrazada, que más seguridad que esa. Pero ella quería algo más, y no era precisamente económico.
A lo mejor le dio miedo de tener que seguirle en un futuro más allá de las fronteras de su mundo.
Y así fue como bajo la luna, entre baños de espuma y con cenas románticas se hicieron confidentes de sus propios problemas, sin obligaciones ni responsabilidades para con el otro. Sin reproches ni preguntas impertinentes. Solo ellos dos.
Y un buen día decidieron poner punto y final al cuento de hadas.
Yo aquella mañana quede hecha añicos con lo que me contó. Hubiera querido que fuera diferente, pero no siempre el príncipe encuentra a la princesa para probarla el zapato.
Después supe que volvieron a verse dos años más tarde y tomaron un café. Pero ya era demasiado tarde para ellos. Ella estaba sola pero el se había comprometido con alguien. También sabían demasiado el uno del otro y les quedaban pocos rincones por descubrir.
Su amor fue una historia de película con final no feliz.
Y aunque no pretendo ser hada madrina de nadie, me decidí a escribir el relato porque si tuvieramos la suerte que llegara lejos y a lo mejor pudiese leerlo su serbio y saber que ella lo amo intensamente. Aunque según me dijo mi amiga, a el nunca le quedo duda ninguna de que ella le correspondió con el alma.
Así son algunas mujeres, sacrifican sus sentimientos por el miedo a la inseguridad.
Después de terminar y casi cuando me marchaba le pregunte si ahora con su vida estaba segura. Y me contestó un "si" rotundo.
Estaba claro, ahora además de enamorada se sentía segura.
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