domingo, 19 de diciembre de 2010

DE MADRID AL LIMBO


     A la mayoría de las personas preguntadas les encanta la lluvia. El ruido que hace sobre tejados y ventanas, la suavidad con la que te moja la cara y la frescura que te aporta. Y yo sin embargo no veo su belleza por ningún lado. 
No soporto esa lluvia meona que cae floja pero que cala hasta los más interior de mi ser. Odio que me moje sobre todo el pelo. 
Se queda como si una gran vaca te hubiese pasado la lengua, y luego cuando se seca ya no es lo mismo. La lluvia te deposita una pequeña grasa que le hace tener un aspecto sucio. Pero a la gente del pueblo en que yo vivo parece importarle bien poco. No veo paraguas, corren de un lado para otro cuando se pone a llover, algunos utilizan sus carpetas o bolsos para cubrirse la cabeza, pero de los paraguas, ni rastro.
"¿Quizá es un objeto demasiado caro para lo que sirve, o es que la gente teme parecer ridícula cuando lo lleva?"
Y ya no digamos cuando el agua te moja la cara y te deja a ronchas el maquillaje.Porque yo, llueva, truene o granice, siempre voy maquillada. Siempre arreglada y siempre peinada. 
Lo que no estoy dispuesta es que un día gris y lluvioso tan fantástico para muchos, me arruine la puesta en escena. 
He de reconocer que hoy el atuendo que he escogido no es el más apropiado, puesto que unas manoletinas plateadas no son el mejor calzado para sortear los charcos.
Yo vivo en un pueblo en el que el glamour aún no ha llegado, intenta abrirse paso a trompicones. 
Un pueblo en el que la gente para frente a los escaparates de las tiendas para comentar las esquelas que allí están puestas, y en el que saludar o no depende del día y las circunstancias. Es un pueblo muy pueblo. 
No quiero decir que no me guste, lo que ocurre es que a mi me satura mucho lo rústico, un poquito vale, pero mucho no es lo mio. 
Pero a pesar de todo eso, me he ido acostumbrando a vivir aquí.
Ahora vamos por partes para desvelar los secretos de cómo una chica de ciudad como yo se adaptó aun lugar como el pueblo. 
Estamos en primavera, pero como dije hoy el tiempo se ha empeñado en recordarnos como son los días de invierno. 
Es un día con bastantes recados que hacer, porque es el cumpleaños de mi amiga y he de ultimar detalles. 
Mi amiga no es con la que siempre tomo café, y hablo de todo, es otra amiga con la cual trato temas distintos. 
No es por falta de confianza, sino que es diferente. 
Una es rubia, la otra morena. Una soltera y la otra casada. Por tanto los temas de los que hablamos son muy diferentes. Eso si el ritual del café es el mismo. 
Hoy cae esa lluvia meona, pero yo a lo mio, blusa fina, pantalón vaquero blanco y las preciosas manoletinas plateadas. 
Sigo pensando que estamos en primavera y no quiero cambiar de opinión de lo que tenía preparado. Una vez en la calle ya veré como sorteo lo charcos. Y bueno en el bolso que no falte el gorro de lluvia. 
En un pueblo como en el que yo vivo, la gente se conoce bien, pero un buen motivo para charlar son las esquelas. Yo estas cosas las respeto mucho pero no deja de resultarme trágico que encima de que has muerto, pongan por ahí tu foto en casi todas las tiendas a las que ibas en vida. 
Creo que es un trauma incluso para el dueño de la tienda. 
Antes te veía todos los días, le cogías el pan, y los bollos para el desayuno, y ahora tiene pinchada en el escaparate tu foto con un "te recordaremos siempre".
"¿Es realmente necesario, o nos dejamos arrastrar por las tradiciones?".
Cuando tengo esos días en los que las tareas me obligan a dejar el coche y caminar, es cuando más me fijo en los detalles del pueblo en el que vivo. 
Estos días lluviosos sacan la peor de las caras, son días malos para el humor de la gente, y para hacer amistades. 
Llueve te pones el paraguas delante de la cara y haces como que no ves. Esto va después de lo de las esquelas lo que no llego a entender. 
Al principio cuando llegue a vivir aquí, a todo el mundo que conocía cuando volvía a verlo lo saludaba, si se daba la ocasión para pararse y comentar algo lo hacia. Pero a medida que ha ido pasando el tiempo de estancia, he observado que depende de cómo las persona se vaya acercando a ti a si será el saludo. 
Esto me ha llevado en ocasiones hacer un estudio exhaustivo del individuo y sus circunstancias. 
Si, ya se que no se entiende. La misma persona a la que hace tres días saludé, volví a verla ayer con un sol radiante y cuando me acerqué a ella con una de mis mejores sonrisas giró la cabeza y siguió adelante. 
Luego por la tarde cuando nos volvimos a encontrar, me saludo como si nada. 
Pero lo mejor de todo es que no es con una persona solo con la que ha pasado, es con más, y en diferentes días. 
Realmente, "¿dónde han quedado nuestras buenas maneras?" "¿es despiste, o está hecho con alevosía y premeditación?"
"¿Saludar se ha convertido en el juego de la margarita, "me quiere, no me quiere", "saludo, no saludo"?"
En las grandes ciudades casi es normal subir en el ascensor y no conocer al del último, pero "¿en un pueblo también?" "¿El hecho de ser tan pocos y conocernos nos hace tomarnos la confianza de saludar cuando nos apetece, o realmente eso ocurre cuando no caes bien?"
"¿Dónde queda todo lo que aprendimos de niños como "saluda al señor" o "da las gracias"?"
Yo con el tiempo me he llegado a adaptar. Hace unos meses miré mi primera esquela y su cara me era familiar, fue la primera vez que me enteré por el anuncio de un escaparate de que alguien conocido había muerto. 
A la lluvia nunca me acostumbraré, no me gusta. Y en cuanto al gorro siempre le llevo y me lo pongo cuando cae la primera gota. Lo que para algunos puede resultar ridículo para mi es extremadamente necesario.
En la gran ciudad, pasaría totalmente desapercibida, pero aquí en el pueblo un gorro o una boina desencadena toda una serie de opiniones a cual más sorprendente. Pero yo prefiero hacer el ridículo llevando un gorro cuando llueve o hace frío, que ir empapada o helada por el que dirán. 
Después de reflexionar mucho y de haber llegado con las manoletinas empapadas, me encuentro en el punto de partida de hace quince años. No ha pasado el tiempo, porque realmente esto es un pueblo y el glamour aún no ha llegado. Pero como dije me gusta. 
Prefiero que hablen ahora de mi y de mi gorro, que ser el tema de conversación frente a la pastelería en la que cuelgue mi esquela.

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