Acompañé a una de mis amigas a la misa por un tío suyo muy lejano. El pobre hombre como seguramente no pudo elegir, fue a morirse tres días antes de la boda de su nieta. Esto a su nuera no le hizo pero que nada de gracia. Menos mal que se fue sin hacer ruido y de repente.
Y tras la experiencia, he de confesar que hoy en día los funerales se han convertido en un circo. Y lo digo con todos mis respetos, según dónde se celebre se convierte en una feria e incluso en estos sitios se puntúa.
A mi el difunto no me tocaba nada y mi amiga aunque estaría allí su madre en representación de la familia insistió en ir y que le acompañase. Y la curiosidad mató al gato y acepté.
La tarde era muy calurosa, y la iglesia estaba repleta de gente. El ambiente tenía instalado ese olor a humanidad que te recuerda que todos somos personas.
Descubrí que aun se mantenía el protocolo de antaño, mujeres a un lado, hombres a otro. Y yo como siempre con mis dilemas, que no llego a entender como es posible que en situaciones extremas los familiares mas allegados al difunto anden unos para acá, otros para allá.
A nosotras nos cedieron el sitio en la segunda fila, justo detrás de la viuda. Según creo era todo un privilegio estar sentada en ese lugar.
La mujer del difunto andaba en su mundo. Y allí estaba aguantando el tipo y soportando el calor. A sus ochenta y cinco años se había quedado solita.
Empezó el oficio y yo después de ver tanta norma intenté concentrarme en la misa.
Justo a lado de la viuda estaba la hija, las nietas y las dos nueras. Una de ellas lloraba sin consuelo, yo rápidamente pensé que seguramente la quería mucho y estaban muy unidas, pero más tarde comprobé que estaba en un error.
Todas vestidas de riguroso negro por supuesto y cuando menos lo esperaba nadie, la viuda buscó entre su bolso y sacó un abanico para darse aire.
Y al momento como sacada de una película de Almodóvar veo a una mujer que se echaba las manos a la cabeza y la movía de un lado para otro en señal de negación, al mismo tiempo que dejaba los sollozos.
Yo miré a mi amiga y en bajo le pregunte que era lo que estaba ocurriendo y quien era esa mujer.
Por lo visto era Jenara, una de las nueras y con aspaviento estaba indicando que quitaran a la pobre viuda el abanico, que era de color rojo. Toda la primera fila de mujeres se puso a coro a rebuscar en sus bolsos en busca de un abanico que no fuera rojo. Pero como si se tratara de una propaganda, todas tenían abanicos rojos, incluso una de ellas saco uno en amarillo.
Jenara seguía empeñada en que desapareciera de la primera fila el dichoso abanico. Por fin consiguió uno marrón y le arrebato a su suegra el colorado. Mientras un cura paciente que no se enteraba del suceso proseguía con la misa.
Por fin cuando había conseguido concentrarme de nuevo en la oración, al rato va mi amiga y me susurra que cree que Jenara se ha puesto el tinte. Según ella por la mañana en el velatorio tenia dos dedos de raíz y ahora no. Me quede mirándola algo sorprendida, vaya momento que eligió para fijarse en el pelo de Jenara.
De nuevo intente concentrarme.
Después de levantarnos y sentarnos cinco o seis veces llegó el turno de pasar el cestillo. Y cual es mi sorpresa que tocan por detrás el hombro de mi amiga y una mujer le da para que vaya pasando veinte céntimos hasta que lleguen a Jenara. De una fila a otra se fue pasando la dichosa moneda ante mis ojos hasta que llego al primer banco y se le dieron a Jenara, la cual después de cogerla y mirarla dijo que no. Otra vez la moneda volvía para atrás hasta llegar a la mujer a la cual se le dijo que no, que Jenara no la quería.
Esa parte a día de hoy todavía no lo entendí, pero el trasiego que teníamos durante la hora de misa en ese lado era de mercadillo.
Volvimos a ponernos de pie otro ratito más y llego el turno de la paz.
Y vuelta a tener que respetar el dichoso protocolo. Como la familia andaba separada por razones de sexo, pues era inimaginable que ninguno cruzara la línea invisible que marcaba lo correcto. Pero siempre hay alguien que esas reglas le resbalan, como también siempre hay quien se encarga de protestar por ello.
Del grupo de los hombres se presto a darnos la paz un hombre sacado del mundo rural, buena persona y amigo del difunto, que se apresuró a cambiar de bando e instalarse al lado de mi amiga y de mi. A mi no me molestaba en absoluto, pero Jenara que había comenzado otra vez con los sollozos puso el grito en el cielo. Y nunca mejor dicho porque el "no" que le salió de su garganta hizo carraspear al cura en señal de protesta.
Yo presenciaba lo que podía llegar a ser el final de la obra.
Otra vez lo mismo, "que no" y "que no", que aquel hombre tenía que volver a su sitio, allí no podía estar.
Y por lo que me dio a entender el buen hombre no tenía ninguna intención de moverse.
Le cogió del brazo, le indicó su lugar y le reprochó que estuviera molestando a la viuda, a la vez que hacía el ridículo.
Yo me tapaba los ojos para no ver lo que se avecinaba.
Y el hombre seguía a nuestro lado.
Y tras unas milésimas de segundo calló el cura para oírse el ruido como un zumbido de Jenara, fastidiada por la mala educación del hombre.
Un carraspear de garganta y un "cuando terminen proseguimos", hicieron que Jenara recuperara la cordura.
Yo y mi amiga si hubiéramos podido meter la cabeza bajo tierra como las avestruces habría estado genial.
Tras el incidente y con la compañía del hombre pasamos por turnos para dar el pésame a la viuda.
Y allí estaba ella en su mundo, dándose aire con un abanico marrón, en silencio, sin sollozos porque su nuera lo hacia todo por ella.
Realmente aquel día me di cuenta de que si, que es posible que se saquen anécdotas en una misa de difunto, siempre que haya gente como la tal Jenara.
Sus sollozos sin consuelo eran tan solo porque su suegro se había muerto eclipsando la boda de su hija. Una boda organizada y con todo cuidado de detalles, porque si ella colaboró seguramente saldría impecable.
Con lo que no contaba era con que para nacer tal vez tengamos una fecha, pero para morir no. Podemos hacer más o menos ruido, pero no podemos saber cuando no iremos.
Mientras unos nacen, puede que otros dos plantas más abajo se estén despidiendo. Y los planes a veces deberían de tomarse como el viento que cambia de dirección y te obliga a girar las velas en otro sentido.
A la salida mi amiga y yo esperamos a que terminara de despedirse su madre de la familia. Y como en todos los funerales, un poquito de "que buen hombre fue" y "pobrecita la viuda que se ha quedado sola".
Y yo pienso que realmente seria mejor quedarse sola, que no con la nuera que tiene al lado, que seguramente le marque dónde y cuanto tiempo tiene que llorar.
Ahora nos volvemos a casa habiendo cumplido con nuestra presencia, y habiendo nos enterado de casi todo.
Buenisimo relato Kristi !!! Desde luego es mejor estar sola que mal acompañada....y mucho menos con una Jenara !! :)
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