Bueno tenemos que explicar que es Porreres y que paso bajo su lluvia.
Para ser sincera a veces pienso que las cosas que nos pasan no son casualidad, más bien estamos destinados a ello.
He tenido que renovar el carnet de conducir, y aunque lo tenía anotado en la agenda, he de confesar que fui posponiendolo por falta de tiempo.
Y así ha pasado que ha llegado el día que si o si tenía que hacer el psicotécnico y renovarlo ya.
Y como nos pillaba la dichosa fiesta de todos los santos por el medio pues he tenido que irme a diez kilómetros de dónde vivo en busca de la prueba de la segunda juventud que me permita seguir haciendo uso de mis maduras facultades.
Y allí que fuimos a parar a Porreres. Un pueblo muy similar al de la película "Bajo el sol de la Toscana". Con sus calles empedradas y su permanente lluvia cuando entra el otoño. Una iglesia excesivamente grande para el lugar y su gente de campo. Sana y tranquila, preparandose para las fiestas de los próximos días.
Mi amiga decidió pasar la tarde conmigo y acompañarme. Tomariamos un café y charlariamos un ratito. Nada del otro mundo.
Pero como siempre nada de lo que ocurre pasa porque si. Nada está preparado todo responde a un misterioso guión de la vida y siempre nos saca una sonrisa y un relato.
Yo me esperaba que se yo hacerme un examaen médido. No con analísis de sangre, pero si algo más completo de lo que fue. Aprovechar y tomarme la tensión, mirarme la vista y porque no ver mis reflejos.
El local estaba ubicado en una antiguo garage de una casa. Con la señal de vado de prohibido aparcar no legal. Si una de esas placas que compra uno en el mercado negro pero que no lleva el correspondiente número del ayuntamiento. Y nada mas entrar todo las personas que allí había superaban los sesenta y cinco años.
Mi amiga me miro con cara de interrogación. Aquello era como el hogar del pensionista en vez de un centro médico para renovar carnets. ¿Pero que clase de carnets iban a renovar ellos? No tuve dudas de que el examen lo sacaría con nota muy alta, viendo los candidatos a las plazas que había allí sentados.
Y sin más pase hacia dentro dónde un hombre encajado en una silla con media barriga sobre la mesa me preguntó por enfermedades, gafas, problemas de salud y demás.
Aun no he llegado a ninguno de esos apartados le contesté, estoy en la segunda juventud.
Si, segunda pero juventud.
Mi amiga ya no hizo amago de pasar, tenía miedo de contagiarse con tanto aroma rural y tanta vejez. Los 40 son una edad demasiado sensible para aceptar otro paso del tiempo que no sea el tuyo.
Sin más respondía alejada de la pantalla a dos letras y eso fue la prueba de la vista y despúes me ví pilotando una pelotita blanca por un circuito rojo sin salirme y aprobando con sobresaliente.
Y a la hora de pagar no llevaba suficiente, salí en busca de mi amiga para que me rescatase. Pero sin más se había ido a la acera de enfrente y estaba tomandose un café. Viendo caer una fina lluvia y trasportandola como protagonista a la Toscana pero sin sol. Fuera de aquel ambiente de segundas o terceras oportunidades.
Cuando me vio llegar en busca de ella supo que tenía que rescatarme. ¿Dónde habiamos ido a parar?
¿De que corriamos?, si realmente era aquello a lo que más tarde o más temprano nos enfrentariamos.
Ahora mirabamos a nuestro alrededor con la seguridad de que cualquier examen que nos hicieran lo pasariamos sin ningun apuro. Bastaba con ver la clase de alumnos que teniamos alrededor.
Pero algún día nos llegarían las dudas de si aprobariamos o no.
Volví al garage, pague y como tenía que esperar media hora decidí salir y acompañar a mi amiga con su café. Necesitaba un poquito del glamour que a ella le sobra.
Aquel pueblo era una maravilla. Sus calles empedradas, su enorme iglesia. El dueño del bar en el que estabamos sentadas que no cuadraba con el paisaje y nosotras. Un día de lluvia, con tacones por aquellas intrasitables calles, esperando por el aprobado seguro.
Sin duda alguna,era como esa película de la Toscana.
Cuando llegó la hora me volví a enfrentar al cuadro surrealista del momento. Recordé que había traido esas maginificas fotos que me había hecho el día anterior y que habían salido tan bien. No se porque cuando la Guardía Civil te pide el carnet de conducir siempre mira primero la foto y luego a ti. Más tarde el nombre y luego otra vez a ti. Es como si estuviera comprobando que el nombre combina a la perfeccíon con tu cara. Y no iba a pasar la oportunidad de hacerme una mala foto cuando tenía que durarme otros díez años. Así que las que llevaba eran perfectas.
Cuando llegue aún tuve que esperar un poquito pero enseguida que me nombraron para allí que fui disparada. Saque mis fotos y las deposite en la mesa como dos joyas. Con cincuenta podría enseñar sin reparos fotos de 40. Pero llegó la sorpresa de la tarde. Las fotos en papel fotográfico no valían. Tenía que hacerme unas en el momento digitales y allí mismo. Un foco que me dejaría sin ver durante unos segundos se encendió, un madera en blanco detras de mi y una webcam de bolsillo era la que iba a inmortalizar durante los próximos diez años mi segunda juventud. Mi amiga que se había acomplado sentada al lado de una mujer con artritis en los dedos y que se apoyaba en un bastón tiro de todo el armamento del que disponía. Barra de labios, rimel y colorete y con la seguridad que la caracteriza en situaciones cómicas me lo ofreció junto a un espejo para que me arreglase.
Así fue como se abrieron las apuestas en las mentes de los presentes. " ¿Se maquillará o no?" "Ella es joven y puede". "Cuando yo era joven me arreglaba igual". Fue todo lo que oí mientras le pedía pacientemente al señor que se encontraba detras del ordenador que esperase un rato que tenía que maquillarme.
Y va y me contesta, "señora que es para el carnet de conducir". Y va mi amiga y le contesta " por eso porque es para el carnet de conducir". Y sin más me maquillé bajo la atenta mirada de todos sin excepción. Me situe sobre la "X" del suelo e intenter fijar la mirada en la webcam de supermercado.
Creo que fue un desastre. Ni siquiera pude ver como salí porque durante casi medio minuto estuve ciega por el resplandor, y el hombre de la mesa y el portatil se puso manos a la obra para compensar el retraso por la clase de maquillaje. Mi amiga me apoyó todo lo que pudo, en todo menos en aguantar la risa que la tuvo entretenida todo el tiempo que duro el último proceso.
Salí de allí con la incertidumbre de saber como había quedado. Y después de pasar un mes, aun todavía no se cual será la cara que me acompañara los siguientes diez años.
Seguramente la próxima renovación tenga que preocuparme realmente de leer las dos letras del panel, pero para entonces y ya sabiendolo iré maquillada. Muy maquillada.
El glamour se nos escapa de las manos.
Este fin de semana lo he comprobado y realmente me entristece porque vamos al declive. Tenemos una idea equivocada de lo que es glamour. Para algunos suena a superficial, para otros a pijada, otros no tienen una idea clara de que contestar ante esa palabra extranjera y para mi el glamour está en todos los sitios.
Este fin de semana hice una escapadita a Madrid. Esa maravillosa ciudad dónde puedes hacer de todo a cualquier hora. Desde ver un espectaculo hasta cenar en un restaurante a las tres de la madrugada.
Así sin más ni lo pensé me fuí un viernes por la tarde y regresé el domingo por la mañana. Hice como los ricos, "¿oye comemos juntas? de acuerdo cojo un avión y voy para allí".
Y ahora vamos a lo que ibamos. A mi los aeropuertos simpre me han parecido un lugar con muchísimo glamour. La gente se arregla para viajar, ellas arrastran unas magnificas maletas subidas en sus tacones y se ponen sus mejores ropas y joyas para hacer un viajecito y ellos se enfundan en su traje junto a su mejor corbata que les da ese aire tan hermético e interesante.
Hay que reconocer que andar por el aeropuerto te da la oportunidad de conocer todo tipo de gente. Desde el que no tiene hasta el que tiene mucho.
Por los aeropuertos circulan famosos, no tan famosos, empresarios, y un sin fin de personas que si tienes la suerte de conocer te cambian la vida. Esto por supuesto llevado a todos los sexos, igual para hombres que para mujeres. Pero sin desviarnos del tema hemos de reconocer que la mujer siempre en lo referente a la imagen juega con ventaja. Y el glamour está más pegado al sexo femenino que al masculino.
Pero este fin de semana he sufrido un terrible shock. Y lejos de asustarme por nada realmente lo visto se podía enmarcar en "pasajes para no dormir".
Antes de subir al avión siempre me pregunto quien me tocará al lado. Porque pido una y mil veces que las filas sean individuales, pero nada siguen haciendo los aviones con filas de tres asientos y de dos.
Y cuando este viernes subí ya tuve que aclarar que el asiento ocupado era el mio. Allí tenía a un bebe de dos años y medio con sus posaderas recubiertas de un pañal bien infladito jugando en mi asiento. Bueno la verdad que fue rapido la mama en quitarlo.
Saqué mi revista InStyle que me compré en el aeropuerto y me pusé a mirar con detalle todos lo que se va a llevar esta temporada de invierno. Por fin despegamos y me ví llegando rapidito a mi querida ciudad. A lo lejos del pasillo empezaron circulando con el carrito esas guapas azafatas que todas la compañias tienen. Pelo liso y claro, con la manicura hecha. Con un maquillaje impecable de esos que duran 24horas y con el uniforme que a pesar de ser uniforme es muy bonito.
Pero como todo en la vida tiene su momento de sorpresa, a mi me llegó en el mismo instante en que me giré para mirar por la ventanilla y veo que la mujer que sostiene al bebe, ya no tan bebe, saca un inmenso pecho y con un pezón del tamaño del camafeo que llevaba colgado yo, lo deja caer de tal manera que si me descuido me da con el en el codo.
Abrí los ojos como platos y no podía apartar la vista de aquello. Busqué y rebusqué en busca del trapito para que se tapara. Pensaba que tal vez se le había caido y por eso dejaba aquella ubre a la vista. Pero que va no era así, la teta estaba puesta allí aposta.
La niña casi la veía medio axfisiada entre tanta carne. Chupó dos minutos y se enderezo la camiseta de nuevo. Yo dije menos mal todavía no pasaron por aquí las del carrito. Al principio no creía lo que veía pero luego había que admitir que era real.
Dar de mamar esta muy bien, incluso a parte de ser natural y bello es algo que se ve sano. Pero siempre dentro de la discrección y no con un niño que casi puede estar a punto de hacer la comunión.
Bueno volví a concentrarme en la revista cuando veo que el carrito está próximo a nosotros y oigo decir a la niña que tenía sed. Y como un resorte volvió la madre a sacarse la inmensa teta y a enchufarsela a la niña.
Así estuvimos todo lo que duró el viaje. Se sacó la inmensa ubre cada vez que la niña tenía sed, o se quejaba de sueño, o se inquietaba. Teta fuera, teta dentro.
Las chicas del carrito pusieron la misma cara que yo, porque cada vez que pasaban a nuestro lado estaba ella con la teta fuera.
Durante los últimos veinte minutos intenté concentrar mi atención en otras cosas, mirar al resto de los pasajeros que tenía cerca. Y volví de nuevo a espantarme. No me habia dado cuenta de la pinta que tenía el hombre de al lado. Y ya se que parezco una críticona pero realmente la visión era espeluznante. Enfundando en un traje chaqueta barato, con el cuello de la camisa abierta, sin corbata y con zapatos de vestir sin calcetines se entretenía el buen hombre en leer la prensa mientras giraba y giraba el dedo dentro de su nariz.
Quise pensar que se rascaba aunque no era el mejor momento ni el lugar. Pero no, no se rascaba y yo támpoco dejaba de mirar.
Sabía cual iba a ser el desenlace y allí estaba esperando ver la realidad. Y así ocurrió se saco el moco y lo pegó debajo del asiento.
Ya se que el capítulo de hoy carece de glamour. Y puede parecer hasta fuera de lugar pero, ¿dónde han ido a parar los buenos modales? Ya no hablamos de glamour, esa palabra que tanto molesta a unos y tanto gusta a otros. Hablamos de modales y casi casi de acciones que se pueden colocar en el apartado íntimo. Porque todos sabemos que podemos sonarnos y que las mujeres tienen tetas. Pero el espectaculo gratuito para mayores de dieciocho que presencié en el avión me dejo algo mareada.
Ahora entiendo lo de primera clase.
Pensaba que podria haber debajo de mi asiento. Ya no sabía si ponerme el bolso encima, dejarlo en el suelo, o colgarlo en el reposabrazos del asiento, el cual tenía medio ocupado por una inmensa teta.
Cuando por fin oí las señales de abrocharse de nuevo los cinturones respiré aliviada. Quería salir corriendo de aquel tunel de los horrores sin tropezar con una gigantesca teta y quedarme pegada un inmeso moco.
Después de aquello sigo prefiriendo aquello que tenga que ver con el glamour, a mi tanta naturalidad ya me llega a abrumar.
Quiero la visión de esos aeropuertos llenos de gente bien vestida, esas relucientes maletas en las que imagino la cantidad de modelitos que llevan algunas para dos días.
Pasearte con esos tacones que te destrozan los pies por ese suelo brillante que refleja tu impecable aspecto y te devuelve en forma de eco el ruido de tus pisadas con esos estiletes de aguja. El aroma de perfume y carmin de labios que sale de las tiendas.
La próxima vez me pensaré si viajar en un ferry hasta Valencia y coger un autobus lleno de maletas y gallinas en sus compartimentos o hacerlo en avión.
Cuando bajé del avión, sentí que estaba en casa.
Hoy mientras estaba mirandome la uña del pie que en unos meses mudaré debido a un golpe, me planteé si las relaciones que tenemos con las personas y las cosas realmente nos afectan más o menos lo que a mi la uña del pie.
Nos aferramos de una manera posesiva a las cosas materiales y al cariño y compañía de las personas que cuando se van o simplemente nos fallan nos arrancan un trozo de nuestra alma. Y para ser sincera afecte más o menos nunca recuperamos ese pedacito que se nos llevan.
Ahora llevo unos dias reflexionando o planteandome que dichas relaciones nunca llegaremos a entenderlas ni aprenderlas a lo largo de nuestra vida.
Creo que todos suspendemos esa asignatura pendiente que deberian enseñar en el colegio. Una materia perfectamente comparable a la tabla de mutiplicar o a la religión. Deberiamos saber que a veces sin irnos de este mundo nos alejamos de las personas que durante algún tiempo han formado parte de nuestra vida y han ocupado minutos de nuestro tiempo. Tomamos caminos diferentes porque realmente aparecen otras personas que son más afines a la vida que llevamos o queremos llevar.
La verdad que ahora me pregunto si el sentimiento de vacio que dejará mi uña dentro de unos meses lo puedo comparar con el sentimiento que puede dejar un amigo cuando te demuestra que ya no quiere seguir su amistad contigo.
Y con esto no quiero que salten las alarmas, no es mi amiga, la que siempre me cuenta cosas y pasea la soltería con glamour y orgullo.
Es otra amiga que tenemos en común la que se aleja irremediablemente.
"¿Le será fácil sustituirnos y acoplarse a otras maneras de ser por la busqueda incansable de ser feliz?"
Tal vez nosotras no hayamos sabido llenar el hueco que muchas personas tienen vacio. Una soledad que muchos sienten aunque esten rodeadas de personas.
Y tal vez también nunca fuimos realmente amigas, porque algo que se aleja y se marcha para no volver es algo que no nos perteneció.
"¿Es así como pagamos las personas a las otras el haber sido amigas, y haber estado ahí en lo momentos buenos y malos?"
" ¿Es ese el agradecimiento a tantos ratos maravillosos, a tantos cafés con sabor a risas y a tantos buenos consejos para no tirar la toalla sin intentar las cosas?"
Estonces realmente creo que sentiré mucho más la perdida de mi uña que la de mi amiga.
Mi amiga la que me cuenta todo con el alma ha decidido pasar unos días de luto por dicho motivo. Semanas atrás le buscó respuesta, despues pasó por intentarlo de nuevo y ahora ha decidio dejar marchar la amistad.
Y si una se para detenidamente todo lo podemos comparar. Mi uña la parte mala se va alejando a medida que pasa el tiempo y detras va apareciendo la buena. Y por mucho que sienta y llore la perdida de la mala, el ver la buena me consuela y me alegra. Cuando por fin de el último corte al último milímetro de la parte mala, todo lo que se verá sera bueno y bonito y no volveré acordarme de que me llevé un golpe y perdí una parte de mi que creí que me pertenecía.
Yo es la manera que tengo de consolarme, pero a mi amiga no le sirve. Prefiere llevar un poco más de tiempo el dolor.
Las personas somos todas diferentes y unas necesitan más minutos que otras para llorar la perdida de algo o alguien.
Aún así le deseamos y esperamos que encuentre lo que busca en otro sitio, que recupere la confianza en si misma aunque para ello tenga que alejarse de nosotras, y aunque ya no compartamos tiempo, cafés y cotilleos podamos dejar la puerta abierta para un pequeño saludo sin necesidad de esquivarnos y cruzar la calle para disimular que no nos hemos visto.
Porque es igual que mi uña, por muchas tiritas que me ponga para no verla y que no me haga feo el pie cuando llevo los dedos descubiertos, sigue estando ahí.
La perderé y habrá crecido otra y de la anterior no quedará más que el recuerdo de cuanto duró el duelo hasta que se desprendió definitivamente.
"¿Son las relaciones de amistad como las uñas del pie?"
Como todo en la vida tiene su momento.
Nos hemos tirado todo el invierno sin aventuras, sin nada que contar, estancadas en las anécdotas pasadas y de pronto hemos abierto la ventana y estamos en verano y con la vida gira que te gira.
La semana pasada nos reunimos para tomar cafe, mis dos amigas y yo.
Ahora las charlas han pasado a tener un matiz diferente. Hemos decidido emprender por nuestra cuenta la aventura de independizarnos laboralmente y dos del grupo han empezado con ello.
¿Y porque ahora? Pues sencillamente porque tenemos 40 años y es el momento idóneo. Tenemos estabilidad emocional, hijos, marido, amistades afianzadas, lo tenemos casi todo. Digo casi todo poque nunca se llega a tener todo. La felicidad total no existe. Sencillamente cuando llegas a algo que deseas vuelves a tener el deseo de otra cosa.
Pero ahora es el momento de invertir uno ahorros y probar suerte sin morir en el intento de echar a volar totalmente.
Y sin más todo llega en el momento justo.
Cuantas veces me preguntaba si me daría tiempo hacer esto o aquello.
Ahora he llegado a los 41 y yo diría que hice casi todo. Me divertí, viajé, me equivoqué ( que también es importante), me casé, sigo equivocandome, y no dejo de aprender cada día que pasa.
Y así como si nada empezó la aventura de diseñar complementos para las mujeres. Si así es, hacer todo aquello casi perfecto para que las mujeres esten perfectas.
Ahora nuestras charlas y nuestras críticas van enfocadas hacia el plano laboral sin más. Ahora cuando veo a la vecina salir a tirar la basura con rulos en el pelo ya no pongo el grito en el cielo, sino que la miro y la remiro y busco la explicación a la visión que me deja sin parpadear.
Ya no me asusto cuando alguien baja a pasear al perro con chandal y zapatillas de estar por casa. No, esos días pasaron, ahora me la quedo mirando sin pestañear buscandole el lado comodo y deportivo que seguramente ella vio en el espejo al mirarse.
Realmente a lo mejor es que todos los espejos no reflejan lo mismo. Los espejos de mi casa tienen una luz intermitente que se activa simplemente con el hecho de que un mechon de pelo esté fuera de lugar. Siguen parpadeando cuando las ojeras se quieren abrir paso por delante del maquillaje, cuando las pestañas no están lo suficientemente rizadas.
¿Como es posible que las mujeres seamos tan diferentes unas de otras? Así fue como empezamos un estudio de mercado para empreder realmente lo que queriamos hacer.
Hacernos preguntas tontas nos dieron respuestas serias sobre lo que querían las mujeres de verdad.
Y como casi todo en la vida tiene su porque.
Yo empece a pintar abanicos de una manera divertida.
Yo soy una mujer a la que le gusta ir maquillada. Da igual la estación de año o el día de la semana. A mi siempre me gusto maquillarme. Y cuando voya a una fiesta o a una boda doblo el porcentaje de lo que habitualmente llevo.
Y el problema lo tenía en verano con el maquillaje y los dichosos brillos.
Cuando iba a uno de esos eventos no había manera de no sudar, o bueno para hablar en un idioma más humano y menos animal no dejaba de traspirar.
Tiraba de pañuelo de papel para secarme y salir airosa de las fiestas junto a mi maquillaje.
Era reacia a usar uno de esos complementos que veía con dibujos de señora mayor.
Y sinceramente el abanico es un artículo muy antiguo y que se le da uso tan solo en una pequeña parte del año. Tenemos un montón de meses para estudiarlo y sacarle partido. Y al igual que los bolsos y los zapatos han evolucionado, al abanico lo veía yo un poco estancado.
Un complemento tan antiguo y tan coqueto necesitaba renovarse.
No puede ser que vayas con unos tacones de plataforma y un vestido plisado y un abanico de floripondios que ni a mi abuela le gustaba.
Yo creo que la mitad de las veces las mujeres no usaban el abanico precisamente porque se estaba quedando obsoleto, estaba empezando a ser un complemento de señora mayor.
Y así he pasado parte del invierno, pensando, creando, estudiando y abanicandome.
Y como siempre digo tenemos que estar en constante evolución.
Como todo está inventado, lo único que hay que hacer es salir a la calle y mirar. Y si te atreves, preguntar a la gente que es lo que quiere, que es lo que le gusta, y que no se pondría.
Nunca llegue a imaginar que llegados a esta edad tan importante y crucial una pudiera sentirse tan satisfecha con lo que ha hecho. Miro atras y a pesar de los muchos errores que podamos haber cometido, el camino escogido ha sido el acertado. Todos esos errores son capítulos de nuestra vida que nos han hecho aprender. Solo cuando te caes y te levantas es cuando realmente aprendes. Pero sobre todas las cosas hemos de levantarnos siempre.
Me he puesto a pensar unos segundos mientras hablabamos y enseñabamos nuestros proyectos y realmente estamos locas de remate.
Locas de remate por pintar una sandía en un abanico y venderse. Locas de remate por empezar vendiéndolos en un puesto de artesanía en la calle. Locas por emprender un camino que si es el acertado para triunfar seguramente tengamos que estar diez o quince años trabajando como locas para nosotras.
No tiene precio la satisfacción que da que te conozcan por la calle y te feliciten por tu trabajo, que vayan a una tienda y vean tus trabajos y pregunten por ellos.
Jamás se me pasó por la cabeza con veinte años que mis cuarenta serían tan fantásticos.
Así que después de leer este relato quiero que todas las mujeres que tengan un sueño intenten llevarlo acabo. Una vez leí unas líneas de Paulo Coelho que decía, "El mundo está en manos de aquellos que tienen el coraje de soñar y de correr el riesgo de vivir sus sueños".
Ha pocos días de mi cumpleaños y entretenida con los preparativos de una cena para celebrarlo, me ha dado por pensar que no son muchos los invitados. Y reflexiono y a lo mejor es porque no tengo muchas amigas.
Me sorprende cuando veo alguna red social y la gente tiene ciento y pico amigos. ¿Realmente son todos amigos? ¿Que entendemos por amistad? Porque yo no incluyo como amigo el que solo me dice hola y adiós.
Y por curiosidad he recurrido al diccionario y he buscado la palabra amistad. Y la descripción me pareció interesantisima para analizarla, "afecto personal puro y desinteresado, ordinariamente recíproco, que nace y se fortalece con el trato".
Y así fue como mis amigas y yo llegamos a este punto. Tal vez la menos sincera sea yo, ya que de nuestra amistad he aprovechado todos los momentos anecdóticos y divertidos para contarlos.
Y llegados a este punto me paro a pensar que no es necesariamente tu mejor amiga aquella con la cual has jugado al corro de la patata de pequeña. No tiene porque ser la mejor aquella que pertenece a tu infancia. Puede llegar caída del cielo con los treinta y porque no, darte cuenta a los 40.
Tu mejor amiga tiene que ser aquella que moriría por guardar tus secretos. Aquella que no permitiría ni una sola crítica de ti aunque fuese verdad. Tu amiga tiene que ser la que te levante cuando caigas, aunque tu no quieras, tiene que ser una amiga en la sombra sin gran protagonismo. Tiene que se aquella que llegue cuando todos se hayan marchado. Aquella que sin hablar te entienda con la mirada, que ría tus malos chistes y que llore contigo tus desgracias. Que te haga sentir que solo sois una persona, que sin llevar la misma sangre estáis en el mismo barco.
Que llegue sin tener que avisar y se sienta como en su propia casa. Que no tenga la necesidad de pedirte permiso para nada.
Aquella que aceptaría tus pecados con comprensión y tus éxitos como los suyos propios.
Y después de analizar todos estos renglones, hagamos una lista de quien cumple todos los requisitos. "¿Tal vez usamos las palabra Amistad con demasiada frivolidad? ¿Todos a los que llamamos amigos reunen estas virtudes?
Yo cuando las he expuesto aquí es porque he recopilado todas las que tienen mis amigas, y realmente a veces no resulta nada fácil rodearse de personas con una capacidad tan excepcional. Te obligan a estar a una altura constante, pero también te dan muchas satisfacciones y te ayudan a aprender día a día.
Sin buscarlas aparecen, y cuando eres tu misma tampoco les importa tus meteduras de pata, forma parte de la elección que ambas habéis hecho. Como se dice por ahí, "para lo bueno y para lo malo","en la salud y en la enfermedad".
Son nuestra segunda familia, precisamente la que hemos elegido. Las amigas te harán reír y también llorar, pero sobre todas esas cosas te enriquecerán como persona. Maduraras con sus consejos, aprenderás de sus fallos y sufrirás como ellas con sus problemas. Pero lo más importante es que todo el tiempo que paséis juntas será aquello que guardareis en el recuerdo.
Yo he pulido mis defectos gracias a ellas y he resaltado mis virtudes igualmente.
Nunca deberíamos dejar una conversación a medias que haga peligrar el tesoro de la mistad, nunca las ganas de una llamada debería parecernos inoportuna, ni el tiempo compartido algo perdido.
Hemos de pensar que la amistad que brinda una amiga es la recompensa de lo que tu has dado de manera desinteresada.
Después de meditar todo esto, soy inmensamente afortunada porque tengo grandes amigas y ellas lo saben. Pocas pero de calidad.
Para vosotras. Gracias.
Podemos pasar toda una vida viviendo en un mismo lugar y no conocer al vecino del ático.
Te cruzas en el ascensor, en el rellano, le cedes el paso en la puerta del portal y nada, tan solo "buenos días", "¿sube o baja?" y así siempre. Y nada parece raro hasta que se cambia un pequeño detalle.
Y eso fue lo que pasó a mi con la vecina del ático. Siempre le veía con su flamante marido y con la hija de ambos. El mayor que ella pero muy conservado, y ella a pesar de no aparentar la edad nunca se arreglaba nada, pero eran un matrimonio más de entre muchos con una hija.
Hasta que un buen día me di cuenta que cedía el paso a ella sola o cuando iba con la niña. Y así cada día. El ni rastro, se había esfumado.
Nunca teníamos conversaciones, pero tardé un poco en darme cuenta que faltaba algún personaje en el escenario. Era como el hueco que deja un libro en la estantería. No desentona mucho al principio pero que si no te lo devuelven empieza a parecerte raro el espacio que deja libre.
Ella había cambiado la sonrisa por las ojeras, y la lentitud por el estrés y las prisas. Subía rápido, no esperaba por nadie, y si oía que abría alguien la puerta aún apretaba más deprisa el botón del ascensor.
Estaba claro que el había salido a comprar tabaco y no regresó.
Es obvio que cuando caemos lo único que nos queda es levantarnos. A veces a pie y otras en ascensor.
Siempre para todo hay dos opciones, una quedarse en el fondo lamentándose y culpando a todos de nuestra desgracia y otra levantarse, sacudirse y seguir. Solo tenemos una vida y a veces aunque nos equivocamos la vivimos de manera errónea, cuando ocurren desastres como el de mi vecina del ático hay que tomarlo como una segunda oportunidad.
Y un buen día de repente mientras esperaba el ascensor, apareció ella por el portal. No podía salir corriendo pero allí estábamos las dos sin casi conversación esperando el ascensor que no llegaba.
Y también de repente como si nos conociéramos de hace mucho tiempo me dijo que ya no vivía con su pareja, que el la había dejado por otra. No se porque pero no me sorprendió. Eran de esos matrimonios que llevan un cartel colgado que dice "no duraremos más que los justo".
Y allí estaba ella, como un alma en pena, con los ojos vidriosos, intentando coger aire para seguir contándome. Cansada de infidelidades, reproches y discusiones a media noche.
Según el, ella ya no era divertida, no se arreglaba, se quedó sin chispa.
Y me puse a pensar que depende del hombre que elijamos para vivir nunca debemos abandonar lo que vio en nosotras al principio. Mi madre decía que "con la cuchara que elijas será con la cuchara que comas".
Si cuando empezamos a salir éramos coquetas, y divertidas, de alguna manera deberíamos seguir manteniéndolo como un antojo de nacimiento.
Aquella tarde debía ocurrir algo con el ascensor porque seguimos conversando y ya habían pasado más de diez minutos cuando decidimos sentarnos en el escalón.
Todo lo que me contaba me hizo darme cuenta de que su hija era el único motor en su vida. "¿Realmente si no tenemos hijos no hay nada que nos saque del pozo en el que caemos?" "¿Es posible llegar a depender tanto de un hombre para los restos?
Pero yo me niego a creer que el amor puede llegar a crear una dependencia por una persona.
Mi vecina la del ático nunca se arreglaba mucho y ahora menos. Descubrí que tenía un extenso paraguas blanco de canas sobre su cabeza, y el pelo sin gracia en el corte. Las manchas que le salieron por el embarazo en la cara no hacía nada por disimularlas, y ni rastro de maquillaje. Allí estaba ella contándome las penas sin hacer nada por remediarlas, tan solo centrada en su hija, fruto del amor y de la unión entre dos personas que en su día se quisieron.
Y el ascensor seguía sin bajar.
Según ella ahora se centraría en trabajar mucho y sacar a su hija adelante. Y volví a preguntarme, "¿y que pasaría con ella?" "¿todo termina para una mujer cuando un hombre la abandona?"
Ellos tienen derecho a rehacer su vida porque son hombres y necesitan que las riendas de su vida las lleve otra, "¿y nosotras, que pasa con nosotras?".
Y lejos de parecer frívola, mis consejos no fueron encaminados a apoyarla en todo lo que me decía.
Si lo que buscaba era consuelo en mi, la fallé irremediablemente. Actué como el espejo de la malvada madrastra.
Cuando formuló la pregunta de "¿espejito quien es la más bella?", fui yo y la salto con que su pelo está lleno de canas.
Y luego lo remata comentándome que su hija pasaría un mes con su padre y que así tendría tiempo de trabajar a tope. Con ese comentario fue cuando puse el grito en el cielo.
Mi respuesta fue todo lo contrario. Tenía que salir, hacer amistades. Descubrir todo lo que se había perdido durante los años que estuvo aguantando a un listo como el que tuvo al lado. Le aconsejé que fuera a la peluquería y se pusiera tinte rápidamente, se cortara el flequillo y se comprara una buena crema antimanchas todo eso para empezar. Yo me lancé a dar consejos estéticos y por un momento pensé que me diría que si estaba loca.
Estuvimos más de veinticinco minutos sentadas en un escalón esperando por el dichoso ascensor que aquella tarde nunca bajó. Acabamos por subir andando, yo hasta el segundo y ella hasta el ático. Y nuestra conversación acabó allí entre pequeños consejos estéticos, alguna dirección de tiendas de ropa con buen precio, colores que debía evitar, y el que un par de kilos no le vendrían mal coger.
Cerré la puerta de mi casa con la sensación de que según que mujeres, este tipo de consejos y ayudas caen en saco roto. Me sentí fatal, casi como una bruja, pero era mejor que se lo dijera otra mujer y no le diera tiempo a su ex pareja a restregárselo. Adoptar el papel de víctima en sus circunstancias era fácil.
"¿Por que reaccionamos más ante la crítica de una mujer, que ante la imagen que vemos en el espejo?"
Desde nuestra última conversación pasó un mes sin verla. Casi llegué a pensar que me evitaba, incluso que no querría saber nada de una vecina desconocida y entrometida.
Hasta ayer que esperaba de nuevo el ascensor y entraba ella por la puerta del portal. Giré la cabeza y volví a lo mio porque no conocía a la nueva vecina.
Su timbre de voz me sacó de mis pensamientos.
Allí estaba la vecina del ático, con su larga melena morena, sin ninguna cana, adornando su pequeña cara. Sus cejas perfectamente depiladas abriendo camino a sus ojos, que parecía haber descubierto la luz. Y un sutil maquillaje la cubría las manchas prohibiendolas salir.
Cambió las ojeras por la media sonrisa.
El mes que su hija estaba fuera lo había utilizado para reflexionar sobre todo lo que la dije, no para entretenerse en lamentos.
En sus planes no entraba por el momento encontrar de nuevo pareja, pero si entró el renovarse.
Descubrió que detrás de unos cabellos grises y un cutis mate había una chica de treinta y ocho años sin otra alternativa que volver a empezar. Porque cuando una mujer cae, tiene que levantarse y no dejar que mueran todas sus ilusiones y proyectos. Tiene que servirle para aprender a coger los nuevos desafíos con respeto y cautela, pero siempre mirando al frente. Porque aunque volvamos a tropezar siempre tenemos que seguir levantandonos y volviendo a empezar.
Como decía mi madre, "hay más cucharas en la cubertería".
Por cierto cuando vinieron arreglar el ascensor después de aquella tarde, no encontraron nada. No tenía ninguna avería.
En esa ocasión no hubo café, pero para mi la historia fue igual de entretenida que las otras. Y si encima sirvió para resucitar a alguien, entonces mucho mejor.