viernes, 8 de marzo de 2013
EL BALCÓN INDISCRETO 2ª Parte
Hoy sin casi acordarme de mi curiosidad salí al balcón porque era uno de esos días en que el buen tiempo asoma a nuesra isla. La hora después de comer es la mejor para sentarse y disfrutar. Yo esos ratos los empleo para mirar. Miro el balcón de la vecina de enfrente, miro como tiene tendida la ropa, miro si recogió la de ayer o si hace de su tendedero su armario porque a veces observo que pasan días con la misma ropa colgada y va cogiendo a demanda. Y claro ahora os preguntareis porque me fijo en esas cosas. Pues bueno igual que otros se fijan en los pájaros, en las flores. Que más da. Yo tengo controlada a mi vecina la de enfrente como y cuando de lo relacionado con su ropa. A las mujeres de mi familia siempre las he oido decir que el como tienda una mujer la ropa delata la manera de ser. Si es ordenada, limpia, mujer de su casa. Todas esas virtudes aun tan valoradas en una mujer. Si ya se que estamos con esas cosas de antiguas pero dan resultado. Esto es como cuando alguien sin recursos siempre la vemos impecable. Y nos preguntamos que como lo hace. Es suficiente fijarse en sus zapatos y en su pelo, si esas dos cosas son impecables el resto no importa de que precio sea, irá perfecta.
Pero bueno sigamos con lo que ibamos porque siempre me gusta salirme del guión y a veces me junto con dos relatos en uno.
Hoy cuando salí a mi balcón no salí a mirar ropa tendida ni a aquella mujer que nada tiene que ver conmigo porque aun no la he encontrado nada similar.
Salí por el buen tiempo que hacía y para volver a ver el color dorado de unas sandalias que tengo listas para estrenar cuando vaya de cena con mi amiga del alma. Os cuento un secreto, compré una sandalias doradas porque me parecieron de cuento. Altas y de tiras y que su precio era tan barato que si no las hubiese comprado ahora estaría en mi balcón lamentadome de aquello.
Pero aun no las estrené y lo que hago, pues cuando tengo ocasión busco la caja, me las pruebo y si hace sol y calorcito salgo con ellas al balcón pongo la piernas en alto y mientras observo la ropa de la vecina miro mis pies con ellas puestas.
Y allí estaba yo con mis sandalias en la terraza alejándolas y acercándolas de mi vista para ver que efecto óptico harían cuando me la pusiese de verdad.
Y de repente allí estaba mi vecina, aquella que tiene una prole de hijos y lava la ropa a mano.
(Para quien no sepa quien es tiene que leerse el relato de "El balcón indiscreto)
Se había quitado el pañuelo de la cabeza y había dejado al descubierto su larga melena negra azabache y lisa.
Yo salté de la silla como si me pincharan en el culo con una aguja y subida a mis taconazos me agaché para verla entre los barrotes de mi balcón.
En su patio reinaba el silencio, ningún niño a la vista, ningún hombre y ella con su pelo suelto, largo y mojado. Se lo lavaba en un barreño. Su pelo era brillante y liso, como a mi me gusta y su cara sin maquillar le daba un aspecto natural.
Me di cuenta en ese momento que sin querer subida a mis adamios de tiras doradas había encontrado algo en común con aquella mujer. Lejos de que fuesen sus costumbres o su cultura, que tanto nos separa, había algo aunque minusculo que teniamos en común. Algo que ellas ocultan pero que por ser mujer llevamos en nuestra secuencia de ADN, y es sencillamente la coquetería.
Se peinaba suavemente la melena y se echaba agua con un vaso para aclarar el exceso de espuma.
Y con un peine parecido a una peineta pequeña lo pasaba de arriba abajo. Luego se aplicó algo que sacaba de un bote y estuvo un rato con el suelto y sin tapar deleitandose al igual que yo.
He de confesar que me olvidé por un rato de mis sandalias doradas y del dolor de espalda que luego tendría por estar curioseando que no es lo mismo que cotillear. Pero fue todo un banquete para los sentidos. Su melena negra, suave y con un olor dulzón a naranja. Pero igual que me levanté para verla como si tuviera agujas en el culo,casi me caigo encima de los cactus que tengo cuando aquel ritual que me había emborrachado con aquella mezcla de olores y movimientos se acabó cuando se tapó su cabello con un turbante.
Se acabó la magia, entonces me puse de pie y pareciendo más alta de lo que soy me la quedé mirando desde mi balcón con una mezcla de sorpresa y decepción. Entonces me di cuenta que seguía siendo un mundo el que nos separaba. Un mundo con su cultura y con sus costumbres todas ellas ancladas en soberanas normas en las que la mujer nada pinta.
Entre para adentro haciendo resonar mis tacones con la sensacion de sentir mucho más´cerca la inevitable distancia que vi la primera vez entre las dos.
Aquella tarde me lave el pelo, lo perfumé y lo peiné con mimo. Estuve un buen rato mirandome en el espejo. Todo ello con las sandalias de tiras doradas puestas.
Lamentablemente no tenemos nada en común a la vista.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario