Ni más ni menos, "quien diga que el dinero no da la felicidad es que no lo ha tenido". A ese gran descubrimiento llegué este fin de semana cuando sin quererlo me vi metida en una fiesta exclusiva para clientes de la firma Mont Blanc.
Yo siempre he sido una gran defensora de los grandes almacenes de "El Corte Inglés", me gusta su política para con los clientes, pionera en los años 70 cuando un eslogan como el de "Si no queda satisfecho le devolvemos su dinero" hizo que muchos dueños de tiendas se sumaran a el para poder evolucionar. Un imperio que no ha querido salir fuera porque le gusta ser producto español . Pero bueno no vamos a dar un cursillo de estos almacenes y vamos directos al grano.
Llevé un valiosísimo reloj a cambiar la correa a la joyería del El Corte Inglés.
¿Por qué allí y no a la joyería de mi barrio? Pues por eso mismo, porque es El Corte Inglés.
Y después de darme una fecha de recogida y no estar, y volver en otra fecha y tampoco estar perdí la paciencia que he logrado tener con el paso de los años. Y sin más aquella tarde iba dispuesta a enfadarme con alguien. Y sin más preámbulos exigí hablar con el jefe de departamento.
Sinceramente no hizo falta hablar demasiado cuando vieron de que reloj se trataba y se pusieron manos a la obra a llamar por teléfono. Porque allí no aparecía el dichoso reloj por ningún lado.
Tras una conversación telefónica a escondidas en tono bajito salió de entre el mostrador ese diplomático jefe que tenía que darme una buena explicación.
Me contó que por error de la empleada y un baile de números el reloj estaba en el taller de otro centro. Yo arqueé mis cejas muda de asombro.
Y como si no fuera conmigo el problema le dije que yo no tenía pensamiento de desplazarme a otro lugar a buscarlo.
Buena la hice.
Y como los toreros capeo de una manera estoica la situación.
El reloj venía de camino en un taxi junto con un empleado tan solo tenía que entretenerme media hora.
Pero aquella tarde yo no estaba por la labor de poner fácil las cosas a nadie y le mire con cara de desafío y le conteste que NO, que no tenía intención de hacer nada. ¿O quizá si, tal vez tomarme una tila para tranquilizarme?
Y buala....... el frotó la varita mágica de la que dispone el personal de esa empresa y me dijo que le acompañara. Mientras lo hacia me fue dando una explicación de porque del error y de que no tenia que preocuparme por nada. Y volvió a coger el capote preguntandome si quería tomar una ginebra.
Moví la cabeza y de nuevo la ceja para arriba. "¿Se está quedando usted conmigo? Alcance a decir.
- NO, estoy hablando en serio. ¿Le apetece una ginebra?
Habíamos pasado de la tila a la ginebra en lo que dura una frase.
Y allí que me llevó a un stand de la firma Mont Blanc en la que había una cata de ginebras exclusivas para clientes con invitación. La verdad que tan solo alcance a oír que me trataran bien porque había habido un problema.
Menos mal que siempre salgo arreglada, pero ahí estaba yo metida en una fiesta privada de ginebras.
Me prepararon una ginebra personalizada, algo aromatizada en una inmensa copa de hielo, mientras una elegante empleada me daba algo de conversación y me enseñaba un catálogo con los nuevos relojes.
En aquel momento me sentí como lo que no era.
Después de unos cuantos sorbos y el intento de dos invitados de entablar amistad conmigo conseguí rendirme y que se me pasará el enfado.
Me daba igual si el reloj tardaba o no. Tenía mi momento de gloria. Ese momento en el que te mimetizas con el decorado de un cuadro carísimo. Y allí estaba yo pasando desapercibida y esperando a que llegara mi reloj en un taxi.
Después de unas cuantas conversaciones, y un obsequio por parte de la empleada elegante llegó mi reloj.
Me lo probé y me di cuenta que si para mi tener un reloj caro había cambiado una tarde dejándome entrar en el Olimpo de los Dioses, ¿cuanto puede cambiarte mucho más dinero?.
Después de ponerme el reloj me acerqué al valiente jefe de departamento y le di las gracias por hacerme pasar tan buen rato.
No se si fue la política de los grandes almacenes, el alcohol o la falsa apariencia de tener, pero salí muy contenta y dispuesta a recomendar la joyería a todo el que la necesitase.
Y si el dinero no da la felicidad completa al menos ayuda un rato.