Ya nada es como antes.
He regresado de un viaje a la capital del reino, (Madrid). Vuelo por la mañana temprano y regreso en la tarde noche. Papeles y asuntos que arreglar a parte de un desayuno de café con porras y el cálido y tierno encuentro con el olor a hogar de mi infancia.
Pero he venido confundida y meditando lo que he visto en la gran ciudad. Decidí llegar a casa desde el aeropuerto en el metro. No quería taxi, ni que nadie viniera a buscarme. Realmente los medios de trasporte en la capital son un regalo para el usuario. Recuerdo en mi adolescencia que estos medios nos facilitaban la relación con otras personas. Cuando salíamos de marcha iba la gente en el vagón, a veces todos con el mismo destino los garitos de Moncloa, miradas y sonrisas y si tenías la suerte de coincidir en el próximo fin de semana podías decir que habías ligado.
Pero bien distinto es lo que me he encontrado a la vuelta de todos estos años. Ahora como no estés casada lo llevas claro. Si, no pongáis cara de póker los que estéis leyendo esto. Ahora creo que puede llegar a ser materialmente imposible casarse.
Con todos mis respetos a quien haya conocido a su pareja a través de las redes sociales, yo me niego a creer que eso pueda funcionar. En mi caso se que no funcionaria y esto lo escribo desde el punto personal.
Allí estaba yo en el vagón de la estación de Barajas. Vestida informal, subida a mis estiletos y con las manoletinas en el bolso.
Aquella mañana hice un estudio express de las relaciones sociales hoy y realmente salí estresada solo de pensar a lo que nos ha llevado el dichoso progreso.
Análisis del momento:
- De cincuenta personas que había en el vagón de tren en el que yo viajaba, cuarenta personas estaban sentadas y yo entre las 10 que iban de pie.
- De esas cincuenta, cuarenta y cinco hacían algo y cinco entre las que estaba yo no hacían nada que se pareciera a lo del resto.
- Ese algo que hacían tenía que ver con las tecnologías. En su mayoría móviles y MP3 y un número menor libros electrónicos.
- De las cuarenta y cinco personas con tecnologías, veintitres estaban escuchando música con móviles o MP3, veinte chateaban o washapeaban y dos leían en libros electrónicos.
- De los veinte que chateaban la mayoría mientras escribían sonreían, ponían caras raras o hacían gestos pero todos ellos con la cabeza agachada.
- Del grupo de los cinco que no hacían nada (entre ellos yo) dos de ellos miraban al vacio, uno leía un libro, otro un periódico y yo lo que hice fue sacar una libreta y después de mirar estupefacta a mi alrededor y sentirme un bicho raro anoté con detalle de números lo que estoy escribiendo ahora.
Nadie levantó la cabeza cuando entré, tan solo el hombre del periódico que aprovecho la vuelta de hoja para dedicarme una cálida mirada cuando uno de mis estiletos pisó el vagón. Si hubiese ido desnuda nadie se habría escandalizado.
Nadie miraba a nadie. Poca gente hablando, la mayoría solos. Nadie se percataba de quien entraba o salía, no había ningún interés, tan solo eran personas y no tecnología.
Tan solo el ruido de las hojas del periódico me sacó del colapso mental en el que me vi envuelta. Me vinieron a la mente todos los recuerdos de cuando entrabas en el metro o en el autobús y te encontrabas con la mirada de alguien. Dejabas el libro de hojas de papel para mirarlo, en ocasiones casi cuando llegabas a tu destino y tenías que bajarte conseguías la ansiada sonrisa por parte del otro que te daba a entender que "si". Si a que le habías gustado, si a que podías volver a verlo el próximo día porque cogía el tren a la misma hora. Y cuando arrancaba tu te girabas disimuladamente y veías su sonrisa. Pensabas en el corte que te daría al día siguiente si te lo encontrabas de nuevo.
Recordé cuando conocías a alguien en la discoteca, y le dabas tu teléfono. Y cuando le llamabas desde la cabina para que no se enteraran en casa.
El metro y el autobús era el centro neurálgico de todas las relaciones. Allí comenzaban y terminaban en un cine con palomitas, en una discoteca pegando saltos como locos aprovechando el tiempo juntos para besarse a escondidas. Conversaciones al oído porque el ruido alto de la música te alejaba irremediablemente de tu cariño y carreras para no perder el último tren de camino a casa, mientras planeabas excusas por si no llegabas a la hora.
Las tecnologías nos han acercado a la comodidad, pero nos han alejado de las personas. Todos los progresos y adelantos han estado bien siempre y cuando sean en beneficio de alargar la vida o darle calidad, pero no para sumergirnos en una soledad social.
Después de ocho estaciones y de permanecer de pie subida a mis tacones de 7 cm llegué a mi destino. Cuando salí del vagón se cerraron las puertas y el tren comenzó a andar, entonces eché un último vistazo al señor del periódico.
El resultado del estudio fue que uno de entre cincuenta personas hoy en día, dejó su periódico para mirar a través del cristal a la mujer de los tacones.
Debemos de plantearnos si es eso lo que queremos para nuestros hijos, si es el legado que queremos darles. Los centros médicos ya no tienen heridas y raspaduras en las rodillas porque los niños no juegan en la calle, las clínicas de psicólogos y psiquiatras están colapsadas porque nadie habla con nadie.
Las personas se mueren solas porque no conocen ni siquiera a sus vecinos. Ya nadie charla en las paradas del autobús.
En resumidas cuentas quien no se haya casado ya no creo que lo haga.
Como decía mi abuela, ya nada es como antes.