domingo, 25 de marzo de 2012

LA HISTORIA DE LA VIDA SUPERA A LAS PELÍCULAS

A veces la vida te hace regalos, y yo sin darme cuenta
Últimamente ando atareada, cuando tengo un rato para mi no lo empleo para mi realmente. Mi trabajo extra absorbe esos minutos que deberían de ser de relax y mi cabeza no deja de trabajar. 
Menos mal que duermo como mínimo ocho horas, bebo mucha agua y sonrío. Y lo más importante tengo una familia que es un diez. 
Y hoy sin darme casi cuenta he disfrutado del regalo que me ha dado la vida. 
Hace unos años, (ya bastantes)cuando me vine a vivir a la isla lo hice con el convencimiento de que estaría un tiempo y regresaría a mi tierra. La añoraba cada día, y sentía que en dónde vivo actualmente era un lugar de paso. Luego me instalé afianzando mi trabajo, hice mi familia y me quedé. Los amigos jugaron un papel importante en la decisión de quedarme, aunque los del principio no son los de ahora. Ahora no son los que estaban, y si son los que no estaban. Aunque lo más importante de todo es que en este momento tengo en quien confiar y quien confía en mi.  Pero siempre pensando que aun en la vejez volvería a mi tierra, y si no era por mi propio pie, sería para el descanso eterno.
Todo esto lo pensaba hasta hoy. Sin casi darme cuenta han pasado los años y la vida que dejé casi se iguala a los años que llevo ahora aquí.
Y hoy tenía que ser el día en que abriera el regalo.
Hace cosa de un año amplié mi trabajo, una parte que empezó como ocio ahora se ha convertido en un extra para la economía familiar y casi casi en inprenscindible para mi. Repito cada semana de ir a varias tiendas del pueblo para adquirir el material que necesito y a veces doy una ronda paseando por si salen cosas nuevas que me sirvan o simplemente para ver ideas. 
Y así descubrí hoy la sorpresa.
Decidí ir a comprar el pan y lo hice caminando. El día que hacía invitaba a ello, un día de primavera. Incluso con bastante calor. 
Aquí en el pueblo en el que vivo tenemos una calle peatonal  dónde están los comercios más importantes. Paré en el banco a sacar dinero y en ese momento me saludó el cajero que salía. Entré a comprar el par y la dependienta con una enorme sonrisa ya me fue preparando la barra que habitualmente llevo sin decirla yo nada. Con cariño me preguntó por la familia y se despidió de manera efusiva. Todo esto no nos llevo más de minuto y medio . 
Seguí caminado y justo cuando pasaba por la mercería el dueño que andaba por dentro del escaparate levantó la mano para saludarme y decirme que tenía las telas para la semana que viene. Tampoco me paré mucho, todo fue sobre la marcha. Y por fin entré a comprar el periódico en la papelería dónde voy con mi hijo a comprar los cromos y remate el día de saludos y conocidos. 
Todo esto lo cuento porque hace bastantes años vi una película que por desgracia no me acuerdo del título. Pero me gustó mucho el argumento y que recuerdo bien sus imágenes. En ella la protagonista se traslada a un pueblo perdido para cambiar de aires y empezar una vida tranquila. Trabajaba vendiendo su artesanía a varías tiendas de la zona y consiguió que los lugareños la acogiesen con cariño en su comunidad. La escena de ir dejando sus trabajos, comprar en la tienda el pan y recoger la prensa me hizo recordar en aquel momento lo idílico de la película. Me parecía imposible y a la vez pensé que aquello era difícil que ocurriese en la vida real. 
Y vaya sorpresa que me llevé hoy. Hay que reconocer que hay más películas sacadas de la vida real que al revés.
A lo mejor también la que he cambiado he sido yo, y durante todos los años que llevo aquí siempre estuvo ahí. 
Lo que sé es que sin más me he convertido en la protagonista de aquella maravillosa película que vi, de la cual no me acuerdo del título.